El Cielo y el Infierno
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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
no han perdido nada de las prodigiosas facultades que son las dotes de su naturaleza angélica. Sin<br />
duda que sobre <strong>el</strong> porvenir y sobre todo <strong>el</strong> orden sobrenatural tienen misterios que Dios se ha<br />
reservado y que no pueden descubrir. Pero su int<strong>el</strong>igencia es muy superior a la nuestra, porque de<br />
una sola ojeada perciben los efectos en sus causas y las causas en sus efectos. Esta penetración les<br />
permite anunciar anticipadamente los acontecimientos, que nuestras conjeturas están lejos de<br />
alcanzar. La distancia y la diversidad de los lugares desaparecen ante su agilidad. Más rápidos que<br />
<strong>el</strong> r<strong>el</strong>ámpago y que <strong>el</strong> pensamiento, se encuentran casi al mismo tiempo en los diversos puntos d<strong>el</strong><br />
globo, y pueden describir desde lejos los acontecimientos de que son testigos, en la misma hora en<br />
que se realizan.<br />
“Las leyes generales por las cuales Dios rige y gobierna este Universo no son de su dominio,<br />
no pueden derogarlas, ni por consiguiente predecir u operar verdaderos milagros. Pero poseen <strong>el</strong><br />
arte de imitar y de contrahacer, en ciertos límites, las obras divinas. Saben los fenómenos que<br />
resultan de la combinación de los <strong>el</strong>ementos, y pronostican con certeza los que suceden<br />
naturalmente, así como los que tienen <strong>el</strong> poder de producir <strong>el</strong>los mismos.<br />
“De esto resultan esos oráculos numerosos, esos prestigios extraordinarios de los cuales nos<br />
han guardado <strong>el</strong> recuerdo los libros sagrados y profanos y que han servido de base y alimento a<br />
todas las supersticiones.<br />
“Su sustancia simple e inmaterial les oculta de nuestra vista. Están a nuestro lado sin que los<br />
percibamos, tocan a nuestra alma sin herir nuestros oídos. Creemos obedecer a nuestro propio<br />
pensamiento, mientras que sufrimos sus tentaciones y su funesta influencia. Nuestras disposiciones,<br />
al contrario, les son conocidas por las impresiones que sentimos y nos atacan ordinariamente por<br />
nuestro lado débil. Para seducirnos con más seguridad, tienen costumbre de prestarnos incentivos y<br />
sugestiones conformes a nuestras inclinaciones. Modifican su acción según los rasgos<br />
característicos de cada temperamento. Pero sus armas favoritas son la mentira y la hipocresía.”<br />
17. <strong>El</strong> castigo, se dice, les sigue por todas partes. No tienen paz ni reposo. Esto no destruye<br />
la observación hecha sobre la tregua ni reposo. Tregua tanto menos justificada cuanto que, estando<br />
libres, hacen más mal. Sin ninguna duda no son dichosos como los áng<strong>el</strong>es buenos. ¿Pero se toma<br />
en cuenta la libertad de que disfrutan? Si no tienen la dicha moral que procura la virtud, son<br />
incontestablemente menos desgraciados que sus cómplices, que están en las llamas. Además, para<br />
<strong>el</strong> malvado, hay una especie de goce en hacer <strong>el</strong> mal con toda libertad. Preguntad a un criminal si<br />
les es igual preso o en campo libre y cometiendo fechorías a su gusto. La situación es exactamente<br />
la misma.<br />
Se asegura que los remordimientos les persiguen sin tregua ni gracia, olvidando que <strong>el</strong><br />
remordimiento es <strong>el</strong> precursor inmediato d<strong>el</strong> arrepentimiento, si no es <strong>el</strong> mismo arrepentimiento.<br />
También se comenta que, habiendo llegado a la perversidad, no quieren dejar de ser<br />
perversos, y lo son siempre. Si no quieren cesar de ser perversos, no pueden tener remordimientos.<br />
Si los tuvieran, cesarían de hacer <strong>el</strong> mal y pedirían perdón. Luego los remordimientos no son para<br />
<strong>el</strong>los un castigo.<br />
18. Después de haber pecado, son los que <strong>el</strong> hombre después de la muerte, de lo que se<br />
deduce que la rehabilitación de los caídos es imposible. ¿En dónde está la imposibilidad? No se<br />
comprende que sea la consecuencia de su semejanza con <strong>el</strong> hombre después de la muerte,<br />
proposición que, por otra parte, no es muy clara. ¿Esta imposibilidad vienen de su propia voluntad,<br />
o de la de Dios? Si es fruto de su voluntad, denota una extrema perversidad, un endurecimiento<br />
absoluto en <strong>el</strong> alma. Y en este caso, no se comprende que seres tan sustancialmente malos hayan<br />
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