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Sus palabras le dolían y replicó:<br />
—No me llames cariño, porque ni soy ni quiero ser nada tuyo.<br />
Consciente de que iba a tener que emplearse al mil por mil, se tragó la furia que sentía por su<br />
desprecio y replicó:<br />
—Una vez dijiste que luchabas por mí porque sabías que yo estaba receptiva. Pues bien, ahora la<br />
que va a luchar por ti soy yo, para que me perdones y me entiendas, hasta que me quede sin fuerzas y...<br />
—Muy yanquis y peliculeras tus palabras. Pero déjalo, no luches por algo que desde ya te digo que<br />
tienes perdido.<br />
—Björn.<br />
Dando un manotazo a la mesa y fulminándola con la mirada, masculló, intentando no gritar ni<br />
montar un escándalo en el bufete:<br />
—Señorita Parker, haga el favor de salir de mi despacho inmediatamente. Usted y yo nada<br />
tenemos que hablar.<br />
Mordiéndose el labio inferior ante la impotencia que sentía, Mel se levantó y, como pudo, se<br />
marchó de allí. Cuando llegó a la calle, respiró y, acalorada, se dirigió a una cafetería que había<br />
enfrente del despacho. No pensaba desistir tan fácilmente.<br />
Durante dos horas, permaneció en aquella cafetería sin quitarle la vista de encima al edificio y<br />
cuando vio que salían las personas que había visto trabajando allí, se tomó una nueva copa para<br />
infundirse valor para lo que quería hacer.<br />
Al entrar en su casa, Björn se quitó la americana y la tiró sobre el sofá. Puso música y se sirvió un<br />
whisky. La visita de Mel lo había descentrado y todavía era incapaz de controlar la furia que sentía.<br />
Cogió su móvil y tecleó:<br />
«Te espero en mi casa».<br />
Dos segundos después, cuando Agneta respondió encantada, él sonrió y se dirigió a la ducha.<br />
Veinte minutos más tarde, cuando llevaba únicamente un pantalón negro, el timbre de su puerta<br />
sonó. Sorprendido, miró el reloj. Agneta se había adelantado e, intentando sonreír, abrió, pero la<br />
sonrisa se le congeló cuando vio a Mel delante de él. Su insistencia lo estaba comenzando a agobiar y<br />
le preguntó, apoyándose en la puerta:<br />
—¿Qué narices haces aquí?<br />
Entrando en su casa sin ser invitada, ella respondió:<br />
—Tenemos que hablar.<br />
Björn, todavía apoyado en la puerta, la miró y preguntó:<br />
—¿Te he invitado a entrar en mi casa?<br />
—No, pero tras ver cómo me has tratado hoy en tu despacho, imagino que tampoco me vas a<br />
invitar a entrar en tu casa, por lo tanto, ¡me acabo de invitar sola!<br />
Alucinado como habitualmente por las contestaciones de ella, levantó las cejas y murmuró:<br />
—En tu línea... como siempre.<br />
Después de un silencio más que significativo, Mel, sin quitarle ojo, musitó:<br />
—Björn, yo...<br />
Dando un portazo que hizo temblar los cimientos del edificio, él le espetó con furia:<br />
—Joder, ¿cuándo me lo pensabas decir? Eres una jodida militar, ¿a qué esperabas para decírmelo?