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El cuerpo de Judith tembló. Miró a su marido y éste, excitado por la situación, sonrió. Con<br />
maestría, aquellas dos mujeres volvieron loca a Judith. Cuatro manos tocándola. Cuatro manos<br />
exigiéndole. Cuatro manos llenándola y dos bocas recorriendo su cuerpo.<br />
—¿Quieres más, Judith? —preguntó Diana.<br />
—Sí..., sigue... sigue...<br />
Marie, excitada por aquello, sin dejar de chuparle los pezones, cogió una de las manos de Judith y<br />
la llevó hasta su propio sexo. Ésta, al notar el calor que ella rezumaba, no lo dudó, metió un dedo en su<br />
interior y comenzó a moverlo. Marie se volvió loca y Diana, al oír sus gemidos, paró. Se colocó un<br />
pene y, metiéndose entre las piernas de Judith, la folló. Los gemidos de ésta subieron de decibelios,<br />
mientras los hombres se desnudaban, dispuestos a entrar en el juego de un momento a otro. No<br />
tardaron. Ambos se pusieron preservativos. Björn se colocó tras Marie y Eric tras Diana y las<br />
empalaron por el ano a ambas.<br />
Mel, que observaba semiescondida tras las cortinas, sintió que su respiración se desbocaba.<br />
Aquello era excitante. Ver cómo aquellas cinco personas se daban placer unas a otras era colosal y<br />
tremendamente morboso.<br />
Los gruñidos de placer de Björn y Eric tomaron la habitación y cuando alcanzaron el clímax,<br />
salieron de las mujeres, que continuaron con su particular juego.<br />
Cuando se quitaron los preservativos y los tiraron a una papelera, Diana dijo:<br />
—Marie, fóllame tú a mí.<br />
Ésta se puso un arnés, se colocó tras su novia y poco a poco introdujo en ella el pene que llevaba<br />
puesto, consiguiendo que Diana gritara de placer. Judith, empalada por el pene de Diana, gritó, y ésta,<br />
extasiada por lo que su novia le hacía, volvió a hundirse en Judith.<br />
Las tres mujeres lo pasaban bien haciendo el trenecito sobre la cama cuando Björn le dio a su<br />
amigo Eric un vaso con whisky. Ambos bebieron mientras observaban el morboso juego de ellas, hasta<br />
que Judith y Diana tuvieron un orgasmo y todo se detuvo. Una vez Diana salió de Judith, se quitó el<br />
arnés y, mirando a su novia, propuso mientras le desabrochaba el arnés que también ella llevaba:<br />
—Hagamos un sesenta y nueve.<br />
Sin descanso, las dos se tumbaron en la cama y se chuparon una a otra con deleite. Eric, al ver a su<br />
mujer con los ojos cerrados, la cogió en sus brazos y, llevándosela a la ducha, preguntó:<br />
—¿Todo bien, cariño?<br />
Judith asintió y lo besó.<br />
Björn sonrió. La típica pregunta de Eric a Judith tras el sexo. A él nunca se le había ocurrido<br />
plantearle a ninguna de sus amigas esa pregunta. No le importaba su placer. Le importaba sólo el suyo<br />
propio y recordó que Eric le había dicho que, desde que estaba con Judith, la forma de ver el sexo para<br />
él había cambiado.<br />
Mientras observaba a sus amigos besarse con pasión en la ducha, volvió a sentir lo que sentía<br />
únicamente cuando estaba con ellos: soledad.<br />
Con otras parejas ese sentimiento no aparecía, sólo se preocupaba de disfrutar del sexo y el morbo.<br />
Pero cuando estaba con ellos y era consciente de la relación tan maravillosa y especial que tenían, los<br />
envidiaba.<br />
Ver cómo se miraban, cómo se besaban, cómo se querían o necesitaban era algo que él nunca había