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Y ahora, si no quieres que te llame «capullo»... ¡dímelo!<br />
Mel<br />
Sin poder evitarlo, cogió aquel cactus de púas afiladas y lo colocó en un lateral de su despacho.<br />
Después se sentó a la mesa y no pudo dejar de mirarlo durante horas.<br />
Sin dejarse vencer por lo que sentía, Mel lo siguió intentando. Se hacía la encontradiza con él en la<br />
puerta de su casa, pero Björn ni la miraba. Se encontraban en el quiosco de prensa los domingos, pero<br />
él sólo saludaba a Sami. Hizo todo, todo lo que pudo para que Björn hablara con ella, pero éste le daba<br />
a entender con su desprecio que parase. No quería saber nada de ella y finalmente Mel lo aceptó.<br />
Una tarde, mientras merendaba con Judith en una cafetería, exclamó:<br />
—¡Se acabó! No puedo más.<br />
Su amiga, desolada por lo que ella le había contado, suspiró y dijo:<br />
—La verdad, creía que Björn reaccionaría.<br />
—Te juro que si sigo arrastrándome así, me hago yo misma el harakiri. Vale, asumo que le oculté<br />
que soy militar, pero joderrrrrrrr..., ¡ya no puedo arrastrarme más! Por lo tanto, doy el tema Björn por<br />
finiquitado por mucho que me duela el corazón. Si superé lo de Mike, podré superar lo de él.<br />
—Me joroba decirlo, pero creo que tienes razón —afirmó Judith—. Yo en tu lugar ya le habría<br />
cogido del pescuezo y seguramente matado. Y mira que a Eric a cabezón no lo gana nadie. Pero ahora,<br />
tras ver a Björn, comienzo a dudarlo.<br />
Con un movimiento mecánico, Mel se quitó el colgante en forma de fresa que llevaba colgado del<br />
cuello y, mirándolo, susurró:<br />
—Se acabó. Ahora sí que se acabó. Le haré llegar este maldito colgante y después normalizaré mi<br />
vida y continuaré viviendo, ¡que no es poco!<br />
En ese instante, sonó el teléfono de Judith.<br />
—Hola, Marta. —Y tras un silencio, añadió—: ¡Genial! ¿El sábado? Bien...bien... Me apunto y se<br />
apunta una amiga mía. Nos vemos allí sobre las diez, ¿te parece?<br />
Cuando colgó, miró a Mel y preguntó:<br />
—¿El sábado tienes algo que hacer?<br />
—Nada. Estaré con Sami.<br />
Judith, sonriendo, le guiñó un ojo y le expuso:<br />
—El sábado, Sami se quedará con tu vecina o en mi casa. Acabo de quedar con mi cuñada Marta y<br />
unos amigos para ir a bailar y tomar unas copas a un bar cubano llamado Guantanamera, ¿lo conoces?<br />
—No.<br />
Judith sonrió e intentó animarla:<br />
—Ponte guapa y sexy, que este sábado vas a gritar «¡Azúcar!».