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—Iré a mi casa en mi coche, te guste o no y no..., no cierro el jodido pico.<br />

Desesperación. Eso fue lo que sintió él al oírla y, convencido de que era una cabezota intratable,<br />

respondió:<br />

—Muy bien. Iré en tu puto coche. Cierra de una vez el pico y vamos.<br />

Molesta por su insistencia y sin muchas ganas de discutir, Mel al final claudicó, pero queriendo<br />

quedar como siempre por encima, añadió:<br />

—No vuelvas a llamar «puto» a mi coche. Que el tuyo lo sea no quiere decir que lo tenga que ser<br />

el mío, ¿entendido?<br />

Björn no respondió. Tenía ganas de matarla. ¿Cómo podía ser tan chula e insoportable?<br />

Una vez en el Opel Astra de ella, Björn miró a su alrededor y se horrorizó. Tras ellos había una<br />

sillita de bebé rosa, que supuso que era de Sami y el techo del vehículo estaba lleno de cientos de<br />

pegatinas de fieltro de princesas. En el suelo había de todo: envoltorios de galletas, botellas de agua y<br />

juguetes por doquier. Aquello era un auténtico caos que nada tenía que ver con su impoluto vehículo.<br />

Sin ganas de hablar con él, Mel encendió el CD del coche y la música cañera de Robin Thicke y<br />

Pharrell Williams, Blurred lines, sonó a toda pastilla y ella comenzó a cantar y a mover los hombros<br />

al ritmo de la canción.<br />

Ok now he was close, tried to domesticate you.<br />

But you’re an animal, baby, it’s in your nature.<br />

Just let me liberate you.<br />

Hey, hey, hey.<br />

You don’t need no papers.<br />

Hey, hey, hey.<br />

That man is not your maker.<br />

Björn la miró. Estaba claro por sus aullidos que intentaba molestarlo. Nadie cantaba tan<br />

horrorosamente mal. Y cuando vio que ella sonreía, decidió callar lo que pensaba.<br />

Everybody get up.<br />

Everybody get up.<br />

Hey, hey, hey.<br />

Hey, hey, hey.<br />

Hey, hey, hey.<br />

Pero varios minutos después, con la cabeza como un bombo por sus gritos y el volumen de la<br />

música, al notar que pisaba algo y ver que se trataba de un pequeño poni malva, bajó la música de un<br />

manotazo y ante la atenta mirada de Mel preguntó:<br />

—¿Por qué llevas el coche así?<br />

Sin entender a qué se refería, ella lo miró. Él le mostró en una mano el desangelado poni y en la<br />

otra un trozo de galleta mordida. Mel sonrió y se justificó:<br />

—Tengo una hija.

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