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creer. ¿Cómo le podía haber pasado eso a Robert?<br />

—Mami, ¿po qué llodas?<br />

Al oír la voz de su hija se reactivó. Se enjugó las lágrimas de la cara e, intentando sonreír,<br />

respondió, enseñándole un dedo:<br />

—Me he hecho daño aquí, pero...<br />

La cría, sin dejarla terminar, corrió a su bolso, sacó la caja de tiritas de princesas y, mirándola,<br />

preguntó:<br />

—¿Te pono una?<br />

Abatida y con unas terribles ganas de llorar, Mel asintió y su hija, cumpliendo con el ritual de<br />

siempre, le puso aquella tirita rosa alrededor del dedo y cuando con su media lengua terminó de<br />

decirle lo que siempre se decía, la teniente Parker la miró y dijo con una amplia sonrisa:<br />

—Biennnnnnnn... ¡Ya no me duele!<br />

Sami sonrió y Mel, tras darle un enorme beso en la mejilla, la sentó frente al televisor y le puso<br />

dibujos. La niña se enganchó a ellos y mientras ella la miraba, se tragó sus lágrimas al ver que llevaba<br />

puesta la última coronita que Robert le regaló.<br />

Afligida, se dio aire con la mano. Debía tener la cabeza fría y pensar en su hija. Debía encontrar<br />

con quién dejarla. Pero su angustia creció y creció y tuvo que correr al baño para vomitar lo que había<br />

desayunado. Pensar en la cruda realidad de Robert y sus hombres la horrorizó y, tapándose la cara con<br />

las manos, se permitió llorar sin hacer ruido.<br />

Cinco minutos después, se lavó la cara con agua fría e intentó recuperar el control por su hija.<br />

Sami no debía verla llorar. Así pues, se tragó sus emociones y se organizó. Regresó al salón, donde la<br />

pequeña continuaba viendo dibujos, se cambió el pijama por ropa militar, hizo el petate en dos<br />

minutos y la maleta de Sami en otros dos.<br />

El teléfono sonó de nuevo. Era su padre.<br />

—Cariño, ¿estás bien?<br />

—Sí, papá.<br />

El mayor Parker, al enterarse de lo del avión, creyó morir. Pensar que podría haber sido su hija lo<br />

había vuelto loco y sabiendo quién era el piloto abatido, murmuró:<br />

—Siento mucho lo del teniente Smith. Robert era un buen muchacho.<br />

—Sí, papá. Lo era —respondió emocionada.<br />

Incapaz de escuchar a su hija llorar, el mayor retomó su voz de mando y preguntó:<br />

—¿Te han movilizado ya?<br />

Dándose aire en la cara para no llorar, contestó:<br />

—Sí. En cuatro horas salimos para Afganistán.<br />

La voz de su madre sonó en el teléfono.<br />

—Ay, cariño... ¡qué susto nos hemos dado!<br />

Se pudo imaginar lo que habrían pasado al llegar las noticias al despacho de su padre, pero<br />

intentando ser fuerte como ella era, respondió:<br />

—Lo sé, mamá. Me hago cargo.<br />

—¿Qué vas a hacer con Sami? Oh, Dios, mi niña. ¿Dónde vas a dejar a mi pequeña hasta que yo<br />

vaya a recogerla?<br />

Ése era precisamente uno de los problemas que quería evitar cuando su madre y su hermana se

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