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El sín - Pfizer

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Cuadro clínico <strong>El</strong> paciente presenta una pérdida acelerada del contacto con<br />

la realidad. Su inicial emprendimiento ha desembocado en<br />

un cúmulo de iniciativas fantásticas, aunque de poca utilidad.<br />

Ha descuidado su aspecto personal y dedica poca atención a<br />

su esposa y a sus hijos. Sufre alucinaciones visuales y auditivas.<br />

Duerme poco, habla solo y, en ocasiones, en un lenguaje<br />

ininteligible. Por no saber qué más hacer con él, sus familiares<br />

lo han amarrado al árbol de castaño, en el patio de la casa.<br />

<strong>El</strong> diagnóstico es esquizofrenia. Se recomienda intervención<br />

psicoterapéutica y administración de antipsicóticos.<br />

Entre los personajes de Cien años de soledad, pocos tan<br />

fascinantes para la psiquiatría como José Arcadio<br />

Buendía. Ese “poeta de la ciencia”, como el propio<br />

García Márquez bautizó a los alquimistas en sus reportajes<br />

sobre los países de la Cortina de Hierro, no solo fue el artífice<br />

de la estirpe de los Buendía que da vida al libro, sino<br />

el gran “patriarca juvenil” alrededor del cual se construyó<br />

la monumental historia de Macondo. Eso sí, al precio de su<br />

propia locura, que es la que analizaremos a continuación.<br />

Dotado de un entusiasmo y una imaginación desbordados,<br />

José Arcadio Buendía se echó al hombro la responsabilidad<br />

de fundar un pueblo; aunque más tarde, maravillado<br />

por la ciencia que le prodigaba a puchos el gitano Melquíades,<br />

se entregó a empresas imposibles motivado por intuiciones<br />

bárbaras que lo separaron poco a poco de la realidad<br />

hasta sumirlo en un mundo propio del que ya no volve-<br />

ría nunca.<br />

Quizás donde se percibe mejor ese tránsito es en el pasaje<br />

en el que José Arcadio Buendía nota cierto desvarío en el<br />

tiempo. Entró al taller de su hijo Aureliano, le preguntó<br />

qué día de la semana era, y este le respondió que era martes.<br />

Sin embargo, al advertir que el cielo, las paredes y las begonias<br />

eran las mismas de la víspera, insistió en que seguía

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