El sÃn - Pfizer
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<strong>El</strong> hijo de David<br />
nos acompaña en el proceso. <strong>El</strong>la determina en gran medida<br />
la forma como lo manejemos. Cuando nuestras relaciones<br />
con la realidad son de apego pero sin independencia,<br />
es decir, cuando es el apego el que nos gobierna, el duelo<br />
se torna difícil porque nos impide actuar frente a él con<br />
libertad. Las personas con este tipo de apegos esclavizantes<br />
tienden a creer que la opción para no sufrir es condolerse,<br />
mantener a todas horas el fuego de la muerte en los ojos, y<br />
por ese camino, pierden la calma y se aproximan a un proceso<br />
depresivo que puede traer consecuencias adversas.<br />
Un rasgo fundamental en el duelo es el cierre del ciclo.<br />
Generalmente, el proceso se inicia en el momento de<br />
la muerte del ser querido, a partir del cual las personas se<br />
pasean por el duelo durante el primer año, en una suerte<br />
poética que los sitúa de nuevo en las fechas importantes de<br />
los últimos doce meses del fallecido. Quien vive el duelo<br />
acompaña su soledad de fechas simbólicas que recuerdan<br />
el duelo: hay un primer cumpleaños sin esa persona, una<br />
primera vacación, una primera Navidad… Y así va rememorando<br />
lo sucedido hasta la conmemoración del primer<br />
año de la pérdida. Luego, todo es repetición. Si hemos sido<br />
vivaces y altivos ante el dolor, dejaremos que el tiempo nos<br />
diga que ha llegado el tiempo de cambiar el dolor por tranquilidad,<br />
de enfocar las energías a la alegría de haber disfrutado<br />
a esa persona, y de, en últimas, no haberla perdido.<br />
Son formas de aceptación que están en nuestras manos, o<br />
mejor, en nuestra mente.<br />
En cambio, cuando la pérdida no se admite y el ciclo no se<br />
cierra, la vida comienza a patinar sobre sí misma: no fluye.<br />
En estos casos, la negación suele envolvernos bajo una sombra<br />
que nos arrebata la luz y nos conduce inevitablemente<br />
hacia las tinieblas. Sentirse triste está bien, pero cuando la<br />
aflicción es permanente, el duelo se torna insano.<br />
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