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Pentágono, así como un cuarto vuelo que se estrelló en Pennsylvania, pusieron en tela de �����������������������������������������������������������������������������������
juicio la “impenetrabilidad” de la nación estadunidense.
A partir de ese día, los esfuerzos de los Estados Unidos se centraron en combatir el
“terrorismo” internacional y cualquier amenaza latente para la población de su país.
Después de los ataques del 9/11 se implementó en los Estados Unidos una política
de “Seguridad Preventiva” que planteaba la necesidad de implementar acciones militares y
políticas en contra de fuentes de amenazas, aunque estas no hayan sido establecidas por
completo; es decir: atacar a las amenazas aún antes de que estas se consoliden.
En este ámbito, según Montero (2006, pp. 116-118) la agenda de seguridad
estadounidense se fundamenta en nuevos pilares esenciales para su realización:
1. La lucha antiterrorista mundial.
2. La eliminación de amenazas con armas de destrucción masiva.
3. La necesidad de impedir o resolver rápidamente los conflictos regionales.
4. Abogar por la dignidad humana.
5. Difundir la democracia.
6. Reformar las instituciones de seguridad, con el fin de mantener la supremacía
militar de los Estados Unidos.
Como ya se ha mencionado anteriormente, el Medio Oriente es una región clave
para los Estados Unidos en cuanto a seguridad energética, razón por la cual mantienen una
buena relación con los países miembros del Consejo de Cooperación del Golfo y en
particular con Arabia Saudita (quién posee un aproximado del 25% de las reservas de
petróleo mundiales). Resulta lógico entonces, el que Estados Unidos quiera ejercer un
dominio en los países de la región con los que no tiene una buena relación para poder
asegurar el abastecimiento de petróleo a las naciones occidentales y a partir del 11 de
septiembre, han tenido la excusa perfecta para intervenir en la zona antes mencionada
(González, 2003, p. 5).
UNIVERSÓPOLIS Revista Estudiantil de Relaciones Internacionales n°1. Año 0, pp. 40-58 49