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El Quintanar de Cervantes 1600<br />
Julián López Brea<br />
Abogado<br />
Conversación<br />
en tiempos<br />
de<br />
Cervantes<br />
Habla Pedro de Arausia con Juan Enríquez.<br />
Procedentes de los valles de Vizcaya, llegaron<br />
al Quintanar dos fornidos maestros<br />
canteros, Pedro de Arausia, que trazó los planos<br />
de nuestra majestuosa Torre de la Iglesia,<br />
y Juan de Verdolaza que con él colaboró en<br />
susodicha construcción; Las obras de la torre<br />
finalizaron la víspera de Santiago, el día 24 de<br />
Julio, de 1581; para su conclusión fue decisivo<br />
el empeño puesto por el entonces párroco<br />
de la villa Juan Álvaro Barcala. Verdolaza<br />
concluiría años más tarde las obras de la<br />
sacristía y de la capilla de los Cepeda, según<br />
Félix San José Palau; Pedro de Arausia pasó<br />
el resto de su vida en nuestro pueblo en una<br />
casita en la calle de La Piedad, el rey Felipe II<br />
le dio el título de «regidor perpetuo de la<br />
villa», es decir, concejal vitalicio.<br />
Juan de Enríquez fue el constructor del<br />
primer reloj de la Torre, entre 1561 y 1562;<br />
Aquel reloj que con posterioridad fuera fuente<br />
de conflictos entre el Ayuntamiento y la<br />
Iglesia, hasta tal punto que el Prior de Uclés<br />
excomulgara al Ayuntamiento en pleno por el<br />
entrometimiento en el nombramiento del<br />
relojero. El mencionado Enríquez nació en<br />
Nimega (Holanda), de aquí su primitivo nombre<br />
Hans de Nimega. Después de haber servido<br />
como soldado en Flandes, se trasladó a<br />
España, donde comenzó su profesión de relojero<br />
en tiempos que en Castilla se estaban<br />
levantando iglesias como la nuestra. Residió<br />
cuatro años en Quintanar y tuvo problemas<br />
con el Santo Oficio.<br />
Como todos los días del verano, a la puesta<br />
del sol, Pedro de Arausia sacaba una silla a la<br />
puerta de su casa en la calle de La Piedad desde<br />
la que divisaba su magna obra y se sentaba a<br />
pasar la trasnochada conversando con sus convecinos<br />
que, como él, salían a tomar el fresco.<br />
Sentado, con la cabeza baja y embebido en<br />
sus pensamientos, sintió una presencia cercana,<br />
levantó la vista y vio delante de sí un hombre<br />
corpulento ya entrado en años, y mirándole<br />
fijamente acabaron los dos sonriendo.<br />
—¿Me conoce vuesa merced maese<br />
Pedro?, dijo el visitante.<br />
—En mi vida olvidaré —respondió el sentado<br />
en la silla— esa figura, esa barba, por<br />
cierto qué cana la tienes ya, y esos ojos azules.<br />
Fue tanto lo que compartimos en las alturas,<br />
yo en mis pertrechos y tú dirigiendo tus<br />
poleas, aguantando cierzos en invierno y los<br />
rigores del verano, que aunque viviera doscientos<br />
años los seguiría recordando.<br />
Se abrazaron los dos ya ancianos y el que<br />
fuera maestro cantero pidió a los del interior<br />
de su casa que sacaran una silla para asiento<br />
del recién llegado, iniciándose una amable y<br />
sustanciosa conversación entre ambos recordando<br />
sus vivencias en las alturas de la Torre<br />
quintanareña.<br />
—¿Qué le pasa al reloj de la villa Hans?,<br />
pues sin duda estás aquí para llevar a cabo<br />
alguna reparación.<br />
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