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UN CRIMEN

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280. CHRISTIAN VILLAR VÁZQUEZ – LA MUERTE DE LA SEÑORA<br />

VINCE<br />

No soy culpable, me obligó a matarla. Cuidaba a la señora Vince desde<br />

hacía cinco años. Su avanzada edad aumentó su odio por mí. Constantemente<br />

me insultaba. Pensé muchas veces en deshacerme de ella, pero nunca lo hice<br />

hasta aquel día. La señora Vince se despertó chillándome y pidiéndome el<br />

desayuno. Durante el desayuno, me esputó e instintivamente cogí un cuchillo<br />

y se lo clavé en la pierna. Comenzó a chillar y le corté el cuello. Me apresuré<br />

a esconder su cuerpo dentro del sofá y continué desayunando. Cuando<br />

terminé, la puerta sonó. Era la vecina preguntando por la señora Vince; le dije<br />

que se había ido de vacaciones. La invité a café y empecé a sudar. No oía nada,<br />

solo a la señora Vince chillándome: «Me mataste». Se me aceleró el pulso y<br />

comencé a vociferar: «Ella me obligó». Me desmayé y aquí me hallo, a punto<br />

de morir.<br />

281. CHRISTIAN GABRIEL FERNÁNDEZ BIELSA – LA MUERTE DE LOS<br />

SEG<strong>UN</strong>DOS<br />

Ahora que he apagado el cigarrillo sin dejar ceniza encendida, podré<br />

mover las manecillas del reloj unos minutos atrás, aunque los segundos<br />

dejaron de avanzar después de firmar. Una noche, por asuntos del trabajo,<br />

tenía que ir al piso de una conocida para firmar unos documentos.<br />

Tranquilamente, recorrí una calle y antes de llegar encendí un cigarrillo. Me<br />

adentré al edificio y subí escaleras hasta encontrar la puerta decisiva. Ella me<br />

abrió la puerta y entré sin saludar. El silencio dominaba aquel piso hasta<br />

llegar al escritorio, donde esperaban los documentos. Ella se sentó delante de<br />

mí y me ofreció un bolígrafo, que cogí sin que mi mano herida temblara.<br />

Firmé sin dudar y cerré los ojos. Abrí los ojos, y el corazón de mi conocida<br />

que bailaba por segundos se detuvo, mientras la sangre empapaba el suelo.<br />

Era mi mujer, a quien llamaba conocida por la orden de alejamiento.<br />

282. CINTA GARCÍA DE LA ROSA – OLVIDO SANGRIENTO<br />

Palpando la pared en la ensordecedora oscuridad, tocó una sustancia<br />

pegajosa. El intenso olor ferroso inundó su nariz y la animó a continuar.<br />

Tenía que salir de allí. No iba a quedarse para averiguar si su sangre se uniría<br />

a la que ya estaba sobre la pared. Se estremeció al pensar en lo que ese tipo<br />

podría hacerle cuando volviera. Había visto una colección de instrumentos<br />

afilados cuando ese monstruo le trajo la insípida agua sucia que se atrevía a<br />

llamar sopa. Siguió avanzando por la pared hasta que la textura cambió. Lo<br />

pegajoso se convirtió en algo frío y terso. ¿La puerta? Tenía que serlo. Tenía<br />

que intentar abrirla. Tenía que intentar escapar. Si iba a morir, no iba a<br />

rendirse sin luchar. El estruendo la asustó. Al otro lado de la puerta. Una<br />

maldición. Más ruido de cosas metálicas. Pánico. Empezó a temblar. El<br />

chirrido de la puerta al abrirse. Luz cegadora.<br />

—¿Preparada? Estarás muy guapa cuando te encuentre la policía.

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