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UN CRIMEN

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salió de la estancia para ir a buscar los postres, hasta que descubrieron su<br />

cadáver en la cocina junto al candelabro ensangrentado. Y teniendo en cuenta<br />

que el golpe lo tiene en la parte anterior de la cabeza...<br />

—¡El asesino es el mayordomo! —dijo entusiasmado Matt, fijando su<br />

atención en una profunda marca en el techo que parecía encajar con la forma<br />

del candelabro.<br />

—Desconozco si era un mal mayordomo, pero era un pésimo<br />

malabarista.<br />

561. IDAIRA HERNÁNDEZ ACOSTA – LA NIÑA QUE DEJÓ DE AMAR<br />

De niños, todos pensamos que los adultos siempre hacen lo correcto, lo<br />

mejor para nosotros. Eso mismo pensaba Laura, como la mayoría de los<br />

niños. Si lo hubiera sabido antes, si alguien se lo hubiera dicho. Pero a sus<br />

nueve años, con el cuerpo sudoroso de su padre sobre ella, se le vino el<br />

mundo abajo. Ahora, diez años después, se miraba al espejo. Su expresión<br />

sombría no había cambiado desde ese día. Se frotó las manos con la esponja<br />

impregnada en lejía una y otra vez, hasta que sus manos sangraron. Solía<br />

hacerlo a menudo, con todo su cuerpo. Pero esta vez era especial. Sus manos<br />

estaban más sucias que nunca. Despegó la mirada del espejo y dejó las manos<br />

bajo el chorro de agua mientras observaba como la sangre se desprendía de<br />

ellas. Ahora solo era su sangre. Cogió el cuchillo e hizo lo mismo con él.<br />

Pensó que debería sentir tristeza o angustia, pero en su lugar sintió un<br />

enorme alivio. Por fin, su padre había pagado por lo que le había hecho.<br />

562. IGNACIO GANDIA VENTURA – RITUAL DE MUERTE<br />

Le gustaba realizar aquel ritual con música clásica de fondo. Recogió de<br />

su maletín la macheta todavía manchada por la sangre del último que había<br />

pasado por su mesa y comenzó a cortar miembros. A pesar de que llevaba a<br />

cabo aquel trabajo dos veces por semana, no se acostumbraba al placer que le<br />

producía el paso del filo del cuchillo a través de la carne fría. Sabía que, tras<br />

unas pocas horas despedazando el cadáver, podría disfrutar del sabor de su<br />

carne. Tras sacarle las vísceras y depositarlas en un cuenco metálico, pasó a<br />

seccionar la cabeza. Pensaba que aquella parte del cuerpo no había servido de<br />

mucho en vida a sus dueños; si no, ¿cómo acababan sobre su mesa?<br />

Finalmente, cortó la cabeza de un golpe seco y la colocó sobre una mesa<br />

contigua con los ojos apuntando al techo mientras Mozart inundaba la<br />

estancia con su preciado Réquiem en re menor. Justo cuando el carnicero<br />

consiguió tener la canal del cerdo limpia, la hoja del cuchillo del asesino<br />

atravesó su pecho.<br />

563. IGNACIO SÁNCHEZ SECADURAS – CIENTO CINCUENTA<br />

MINUTOS

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