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UN CRIMEN

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860. LUIS GIL BORRALLO – LA ESCENA<br />

Se apoyó el francotirador en la barandilla dorada y apuntó a la cabeza del<br />

senador, en el palco de enfrente, mientras la ópera sonaba, y la mujer salía.<br />

No se molestó en cubrirse el rostro, aunque sí había atrancado la puerta al<br />

entrar. Miró a la cámara de vigilancia. Sonrió, irónico. Alguien seguía<br />

intentando abrir la puerta a golpes. Inclinó el cuerpo. Mejilla afeitada, pulso<br />

frío. Disparó. El senador cayó, con la silla, hacia atrás. El equipo de asalto<br />

derribó la puerta, minutos después, revelando vacío el palco, a excepción del<br />

arma, aún apoyada en la barandilla. Enfrente, un único cadáver, que ya no<br />

sonreía. La pregunta parecía flotar en el café, días más tarde. ¿Cómo era<br />

posible que el tirador hubiese recibido su propio disparo desde treinta<br />

metros? Hojeó los periódicos. «Nunca le había gustado la ópera», declaraba la<br />

mujer del senador, en primera plana. Aún no había aparecido su cuerpo. «El<br />

fantasma de la ópera», decía otro titular.<br />

—Maldita prensa—masculló el detective Yaxley<br />

861. LUIS MIGUEL CÁCERES PEDREÑO – <strong>UN</strong>A LABOR ARTESANAL<br />

Caminó alrededor del cuerpo inerte, tendido en el suelo bocabajo sobre<br />

un copioso charco de sangre que manaba de su pecho, analizando la<br />

situación, poniendo especial atención en no alterarla. William Stern tenía una<br />

opinión muy firme sobre el crimen: en absoluto era un arte. Podía ser<br />

ejecutado con meticuloso detalle o con desbocada pasión, pero jamás<br />

entendería que nadie pudiera compararlo con un arte. Era una opinión vieja,<br />

inculcada por una familia conservadora, reforzada con la pérdida violenta de<br />

un gran amigo de la juventud y constatada tras graduarse en la academia de<br />

policía. Quitó el silenciador. El crimen era una herramienta justificable, pensó<br />

mientras guardaba el arma con número de serie limado y se disponía a<br />

manipular todas aquellas insidiosas pruebas que sus compañeros forenses<br />

buscarían media hora después. Pero jamás degradaría sus principios hasta el<br />

punto de admitir que el crimen pudiera ser algo tan banal e intrascendente<br />

como el arte.<br />

862. LUIS MIGUEL DE BLAS MUELA – LA VETA SANGRIENTA<br />

Cuando el tren pasó junto a la antigua mina, le vinieron imágenes de<br />

jornadas empujando vagonetas y, al acercarse al pueblo, creyó recordar<br />

caminatas con ganado hacia los pastos de la colina. En la estación, el factor le<br />

miró como si le conociera, y el camarero de la cantina le sirvió el café tal<br />

como le gustaba sin que lo hubiera pedido, pero lo más extraño fue la<br />

reacción de quienes se cruzaron con él por el pueblo: unos, saludando con<br />

respetuosa inclinación de cabeza, y otros, cambiando de acera o cerrando las<br />

ventanas. Cuando traspasó la puerta del hotel, notó un silencio repentino pese<br />

a los viajeros reunidos en el recibidor. Se acercó a la recepción y mientras<br />

esperaba echó una mirada distraída al periódico del mostrador. Fue entonces<br />

cuando vio la foto y el titular en grandes letras. Personajes: Simón Sing,

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