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UN CRIMEN

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135. ANDRÉS OLLER DOMÍNGUEZ – CORBYN Y EL MISTERIOSO<br />

ASESINO<br />

Corbyn pertenecía a la Policía de Chicago. Llevaba tiempo ocupándose<br />

de un caso complejo. Los capos locales de la droga estaban apareciendo<br />

muertos en extrañas circunstancias, degollados con un arma tremendamente<br />

cortante, y con una orquídea blanca sobre sus inertes labios, en un escenario<br />

carente de pruebas. Evidentemente, eran ejecuciones selectivas. Cada vez que<br />

tenía un sospechoso que intuía que limpiaba el mercado de competencia,<br />

aparecía muerto en idénticas condiciones. La investigación dio un giro<br />

inesperado. Se centró en la orquídea, concretamente una Cymbidium. Creía<br />

que una persona tan meticulosa no la compraría, la cultivaría. Buscó en las<br />

afueras casas con invernadero. Una llamó su atención. Se personó allí. El<br />

dueño, comisario de policía retirado, se hallaba sentado en la puerta del<br />

invernadero, con una sonrisa por mueca, ofreciendo sus muñecas sin oponer<br />

resistencia. En activo no encontró forma de acabar con los delincuentes,<br />

siendo un adorable jubilado, sí.<br />

136. ANDRÉS PASTOR – ERAM QUOD ES, ERIS QUOD SUM<br />

No podía evitar parpadear deprisa. Una rodilla, clavada en sus vértebras,<br />

lo empujaba a seguir creyendo que debía quedarse quieto. Delante, un<br />

cadáver le enseñaba una macabra sonrisa. Detrás, el nerviosismo lo apuntaba<br />

con un arma. Él, por su parte, seguía temblando, y no era el golpe en su nuca<br />

lo que lo provocaba. Olía a pólvora en el aire. Le secaba la garganta. Todo<br />

tenía una explicación lógica, pero no cabía en su cabeza. El golpe le había<br />

borrado la memoria; y las olvidadas justificaciones se habían roto al quebrar<br />

un aliento. Lo único que se sabía era asesino. Le quemaba la mano donde aún<br />

tenía sujeta el arma. En ese momento, la locura vino a hundirle; estaba en una<br />

pesadilla donde la garganta no gritaba. Lanzó lejos su pistola. Cayeron sus<br />

lágrimas. Seguía allí, bañado en sangre ajena, escuchando, a cada golpe de<br />

reloj, la detonación que lo liberaba. Fuera de los malos, o de los buenos, solo<br />

quería que la pistola rompiese el silencio en su nuca. Otra vida. Otra bala.<br />

137. ÁNGEL ALONSO HERNÁNDEZ – EL CUARTO CERRADO<br />

El sonido del disparo quebró el silencio. El detective entró en el cuarto<br />

tras romper de una patada la cerradura que bloqueaba la puerta. Le invadió el<br />

olor a pólvora y luego descubrió, en el centro, un cuerpo boca abajo. Nada<br />

más. Echó un vistazo. Cuatro paredes oscuras le devolvieron la mirada.<br />

Arrugó la frente al comprobar la ausencia de ventanas, respiraderos u otra<br />

salida que no fuera la puerta. En el techo, el halo polvoriento de una bombilla<br />

caída sobre la espalda del cadáver. Lo examinó. Alrededor de la cabeza, donde<br />

el impacto de la bala había desgarrado la carne, un manto de sangre tomaba<br />

forma. «Eres un tipo caprichoso», pensó. «Disfrutas con este juego». De<br />

seguido sonrió: «Pero sé quién eres». El detective giró la cabeza y miró. Me<br />

miró. Sentí que el brillo acusador de sus ojos atravesaban las palabras y se

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