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UN CRIMEN

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Sentado en suelo, la pegajosa suciedad que se había adherido a su ropa le<br />

indicó la dejadez con la que se había tratado aquel lugar. Su mayor error fue<br />

confiar en que se enfrentaban a una persona marcada por una infancia<br />

desarraigada o repleta de abusos que pudieran justificar, de alguna retorcida<br />

manera, la crueldad de la que había demostrado ser capaz. Pero aquel hombre<br />

había crecido en un entorno feliz, fue su cerebro enfermo el que le<br />

proporcionó la excusa para transformar su mundo en aquel horror de sangre<br />

y éxtasis asesino en el que seis muchachos sufrieron en sus carnes la furia<br />

enloquecida de un ser trastornado. Se palpó el costado. La bala no había<br />

salido, se estaba desangrando. Se maldijo por no haber pedido refuerzos,<br />

nadie sabía dónde estaba. Lo último que vio antes de abandonarse a la negrura<br />

fue el rostro satisfecho del que le quitaba la vida. Rezó para que, de alguna<br />

extraña forma, su alma quedara pegada a aquel monstruo para atormentarlo.<br />

97. ANA HERNÁNDEZ – CONJETURAS<br />

Después de volver del escenario del crimen, dejando allí al agente<br />

Cooper interrogando al portero, quien aseguraba no haber visto nada, los<br />

agentes Madison y Delco conjeturaban qué había sucedido, ya que no tenían<br />

ninguna prueba convincente. El crimen no habría sido planeado. El asesino,<br />

al cual la víctima le debería dinero, solo habría podido subir por la escalera de<br />

incendios sin ser visto. Al llegar al despacho, se habrían enzarzado en una<br />

acalorada discusión. Entonces, el asesino, en un ataque de ira, le habría<br />

clavado una navaja y se habría ido. De repente, llegó el agente Cooper, y<br />

antes de que ninguno de nuestros protagonistas pudiera explicarle lo que<br />

habían deducido, aclaró:<br />

—El portero ha confesado el asesinato.<br />

Dicho esto, se marchó por donde había venido y dejó a los dos<br />

compañeros sin palabras. La agente Madison rompió el silencio:<br />

—¿El portero? Pero si nuestro razonamiento parecía perfecto.<br />

—Sí —contestó el agente Delco—; qué pena que nada es lo que parece.<br />

98. ANA LÓPEZ RACIONERO – MISERICORDIA<br />

Ya no oyes nada. El dolor dejaste de sentirlo hace horas, pero el sonido<br />

de tus huesos rotos y de los débiles latidos de tu corazón en tus oídos había<br />

pasado a ser lo más molesto desde que cesó aquel. La incredulidad de que<br />

pudiera estar pasándote eso a ti se había convertido en certeza, cuando, al<br />

respirar en busca de aire, tus pulmones se llenaban de sangre. Dejaste de<br />

luchar en aquel momento, pero yo te salvé del horror. Él provocó con su ira<br />

y su cuchillo que sintieras tu cuerpo pegajoso y húmedo. El ambiente se<br />

impregnó de olor a hierro mezclado con Aqua di Gio; esa fragancia que antes<br />

adorabas se tornó en un repugnante hedor. Entonces, llegué, miré tus ojos<br />

apagados, me reflejé en tus pupilas dilatadas y respondí a la petición que me<br />

hacían. Así, me puse los guantes que me regalaste y apreté tu cuello hasta que<br />

ambos pudimos oír cómo se quebraba tu hueso hioides. Calmé tu miedo y

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