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UN CRIMEN

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940. MARÍA HERRERAS ORDÓÑEZ – ARPEGIO CORONARIO<br />

Plena dedicación expresada en caricias recorre el instrumento al estar en<br />

mis manos. La armonía me lleva al límite; viajo a través de la irrealidad. Ha<br />

sido demasiado esta vez, todo se tiñe de líquido fuego. Con la culpabilidad a<br />

flor de piel, bajo la vista y me acuerdo de ella, de cómo jugaba con su propio<br />

dolor jurándose odio eterno. Aprieto las cuerdas encarnando el frío metal en<br />

las heridas abiertas y una lágrima cae sobre mi mejilla; vivo enamorado de su<br />

desprecio.<br />

941. MARÍA ORFILA DEL HOYO – PELIRROJA<br />

Me encuentro sentada en su sofá, y ella, tumbada sobre un lecho de<br />

sangre. Ella, la Pelizorra, como la apodaba por su pelo teñido de rojo, estuvo<br />

dos años intentando ligar con mi novio, en mis narices, como si yo no valiese<br />

nada, y no podía permitirlo. Aguardé años para vengarme. Le seguí la pista,<br />

acechando en las sombras, esperando mi oportunidad, hasta que hoy me colé<br />

en su casa. Cuando entró y me vio, supo lo que iba a pasar. Vi el terror<br />

reflejado en su cara de porcelana, y cómo lo disfruté. Intentó escapar, pero la<br />

bloqueé atacándola con un taser. Se quedó tumbada en el suelo, temblando<br />

por el efecto de la corriente, pero no me dio pena. Entonces, me agaché y le<br />

corté el cuello. Y aquí estoy, observándola exhalar su último aliento. Cuando<br />

todo termina me levanto, y diciendo: «Ahora sí eres pelirroja natural», cierro<br />

la puerta. A continuación, me dirijo a mi comisaría con la certeza de que este<br />

crimen nunca se resolverá.<br />

942. MARÍA ROS – LA ALFOMBRA PERSA<br />

Nada más entrar en la habitación, algo le huele raro. Si tan solo pudiera<br />

encontrar la luz. ¡Maldita sea! ¿Qué hay en el suelo? Ha crujido, mala señal.<br />

¡Bah! Seguro que puede pegarse de nuevo, y si no ya comprará otro. Meter la<br />

pata nunca ha sido un problema, el dinero arregla cualquier cosa. ¡Que le<br />

pregunten a Al Pacino! A tientas en la pared descubre el interruptor. Al fin.<br />

Arriba y abajo. Nada. Con un bufido avanza a oscuras. La puerta del<br />

despacho está entreabierta. Al final de la estancia, el fuego crepita, se consume.<br />

Y las orejas del sillón de terciopelo siguen alerta, cual vigía, de espaldas a la<br />

puerta. Hay algo que no encaja. La preciosa alfombra persa que le compró ha<br />

desaparecido. Decidido, avanza. A la altura del escritorio de pronto vislumbra<br />

una delicada mano en el suelo, encharcada. Sigue con la mirada el reguero de<br />

color oscuro y se la encuentra, como un despojo, aferrada al collar de perlas<br />

de la abuela. Las flores caen al suelo; ya no necesita las disculpas.<br />

943. MARÍA AMELIA PRADO NORIEGA – EL TENIENTE SOÑADOR<br />

Ni pruebas de ADN ni GPS ni nada moderno; el instinto de los<br />

veteranos policías dejaría en ridículo a esos jovencitos presuntuosos. El

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