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UN CRIMEN

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cruz hecha a fuego en su pecho. Era espantoso, lo más espantoso que había<br />

visto Sara en su vida; quedó en tal shock que después de vomitar solo le salió<br />

un grito ensordecedor y horrible que salía de su alma. Tan estruendoso fue el<br />

grito que asustó al dueño de una tienda de la calle. Al llegar, se quedó tan<br />

asustado como Sara, pero reaccionó y sacó a Sara de las escaleras en las que<br />

estaba tirada llorando y llamó a la policía. Ellos tuvieron claro que el asesino<br />

en serie apodado la Cabra siempre organizaba asesinatos rituales, de los que<br />

el propio Satán se sentiría orgulloso.<br />

226. CARLA GRANDE – MIRADA ASESINA<br />

Me acerqué sigilosamente con el cuchillo en la mano. Me detuve cuando<br />

me miró. Vi sorpresa en sus intensos ojos verdes, aquellos que me habían<br />

dejado sin palabras la primera vez que los vi. Sus labios carnosos estaban<br />

entreabiertos, incapaces de articular ningún sonido audible. De un solo<br />

movimiento, seccioné con fuerza su garganta; sosteniéndola por los hombros,<br />

la posé suavemente sobre la gélida superficie. Una pequeña y solitaria lágrima<br />

se deslizó por su pálido rostro. La miré esperando encontrar miedo, pero tan<br />

solo vi mi reflejo, su mirada ya no mostraba sentimiento alguno. En ese<br />

instante, todo se detuvo, advertí las ruidosas sirenas en la lejanía. Extenuado y<br />

con el rostro salpicado con pequeñas gotas de sangre, me dejé caer al lado de<br />

su cuerpo inerte, esperando el tan deseado desenlace. Sentía que ese era mi<br />

momento, todo estaba a punto de acabar, o de empezar.<br />

227. CARLA RIBERA BLANCO – A OSCURAS<br />

Sucedió... a oscuras. La puerta de la entrada crujió. Un ruido pesado,<br />

sordo, se arrastró desde la entrada hasta el pasillo y, a tientas, busqué la<br />

lámpara de la mesilla. Presioné el interruptor. Negrura absoluta. Temeroso,<br />

abandoné la cama..., con los nervios punzándome la nuca y un cosquilleo en<br />

los dedos. Un zumbido agudo, penetrante, me atravesaba los oídos. Era el<br />

corazón. Un eco de pasos se detuvo frente al dormitorio. El picaporte giró, la<br />

puerta chirrió. El silencio dio paso a murmullos desconocidos, a suspiros<br />

ahogados; afuera un perro ladraba, un coche aceleraba y el viento golpeaba mi<br />

ventana. Un sudor frío me sacudió la espalda. El espanto despedazaba mi<br />

cordura. Y, de pronto, vislumbré el inconfundible resplandor metálico,<br />

brillante, del cañón. El zumbido en mis oídos se hizo más intenso y claro,<br />

tanto como el percutor al accionarse. Una inspiración, el chasqueo del<br />

cargador, una espiración y, de la nada, un pálido fulgor que iluminó la<br />

estancia. De nuevo, oscuridad.<br />

228. CARLES SANTACREU MANUEL – AL ACECHO<br />

El silencio se apoderó de esa casa en penumbra y solo se rompía con el<br />

silbido de una mujer, que, ausente y relajada, se había dejado acompañar por

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