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UN CRIMEN

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1382. VERÓNICA REDONDO MORENO – DESINTEGRACIÓN<br />

—¿Y dice usted que no volvieron a verla?<br />

—En efecto, señor agente, no la hemos vuelto a ver. A la mañana<br />

siguiente, como no bajaba, mi señora golpeó con suavidad en la puerta para<br />

preguntar si quería que le subieran el desayuno. Al principio no contestó. Mi<br />

esposa pensó que estaría dormida aún, pues la noche anterior parecía cansada,<br />

pero cuando más tarde subió de nuevo —preocupada, como usted<br />

comprenderá— golpeó con un poco más de fuerza y, entonces, con una voz<br />

que parecía brotar de su estómago, la señora A. respondió que no quería<br />

nada, que ya avisaría cuando tuviese hambre. Así fue: a media tarde hizo sonar<br />

el timbre, encargó algo de fruta y pan y pidió que lo dejásemos junto a la<br />

puerta. No volvimos a tener noticias de ella. Al día siguiente, percibimos un<br />

olor acre en el pasillo. Hace dos días, agente. Puede usted anotar que eso fue<br />

el lunes y hoy estamos a miércoles, y que la señora A. había desaparecido sin<br />

dejar rastro alguno. ¡Solo un puñado de cenizas sobre la cama!<br />

1383. VICENTE BOADO QUIJANO – EL EXTRAORDINARIO CASO<br />

DEL HOMBRE DE LOS OJOS AZABACHE<br />

Sobre una mesa llena de papeles trabajaba fuera de sí Alonso de Quesada,<br />

con un lápiz en la oreja mientras se rascaba la cabeza, hacía aspavientos o<br />

soltaba discursos inconexos. Despreciaba cualquier novedad tecnológica, pues<br />

lo suyo era la investigación hecha a base de garabatos sobre un papel en<br />

blanco. Así habíamos resuelto el crimen del molino gigante y descubierto al<br />

violador de la calle Aldonza del Toboso. Nuestro último caso era un puzle de<br />

mil piezas. Un cadáver en el río al que le faltaba un solo dedo, la cara marcada<br />

desde la frente hasta la barbilla, los ojos de color azabache y una nota que<br />

ponía: Morí dentro de un pozo oscuro que rezumaba. A lo lejos, la voz<br />

quebrada de Alonso sonó inquieta:<br />

—¡Caso resuelto, Sancha! Jacín le mató, pues no era más que una<br />

estructura creada por su propia conciencia para asegurar su permanencia<br />

dentro del pozo maloliente. Nada más librarse de sus ataduras, inseguridades,<br />

miedos y complejos, murió asfixiado por sus ansias de libertad.<br />

1384. VICENTE L. RUIZ – LA ÚLTIMA ESCENA DEL <strong>CRIMEN</strong><br />

Me despertó el aviso de la comisaría. Miré el móvil: era cerca de mi casa,<br />

así que decidí ir a pie. Seguía cayendo la misma lluvia que bañaba la ciudad<br />

desde el día anterior. Me acerqué a la esquina, donde estaban aparcados un<br />

par de coches patrulla. Mostré la placa para cruzar la línea que mantenía<br />

alejados a los curiosos. Un uniformado —Johnson, creo que se llama— casi<br />

ni me miró cuando entré. Vi a la capitana examinando el cadáver, acompañada<br />

por su marido, el escritor. Es una situación curiosa, pero si al alcalde no le<br />

importa, no seré yo el que proteste. Los capitanes no suelen acudir a las<br />

escenas del crimen, pero la nuestra era detective aún no hace ni un mes: cuesta<br />

dejar las viejas costumbres. Algo no me gustó en esa escena del crimen. Me

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