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UN CRIMEN

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venganza: torturado, humillado y enjaulado. Lo dejaron a su suerte, sin<br />

piedad, lo que el Chulo jamás tuvo por nada ni nadie.<br />

345. DARÍO CASADO – TRANQUILIDAD<br />

Tenía los ojos cerrados cuando escuchó el primer grito. No estaba<br />

pensando en dormir, pero sí le habría gustado disfrutar de un poco de paz y<br />

tranquilidad. «Este barrio está cada vez peor. Con las horas que son y vaya<br />

berridos», pensaba. Siempre pasaba igual. Cerraba los ojos, intentaba<br />

relajarse y disfrutar, pero nunca podía. Ya ni se molestaba en mandar callar;<br />

había aprendido que nunca hacían caso. Al estar acostumbrado, no le<br />

molestaba tanto como al principio, pero siempre que ocurría pensaba en si<br />

alguna noche tendría la suerte de no escuchar ningún grito. Al menos eran<br />

cada vez más débiles y espaciados. Pronto iba a parar. Quizá es cosa de las<br />

grandes ciudades y es inevitable pasar una noche en calma, sin ruidos.<br />

Cuando ya no escuchó más berridos ni notó más movimiento, por fin dejó<br />

de apuñalar a aquella mujer. «Algún día, alguna no gritará», pensó<br />

esperanzado.<br />

346. DATA FRIKI – <strong>UN</strong>A MUERTE DULCE<br />

Y sentí que el sabor de sus labios..., su perfume, acababa con mi vida,<br />

pues no era tan solo ese embriagador aroma que llamamos amor, sino el<br />

propio y dulce veneno con el que estaban impregnados sus labios lo que<br />

terminó por matarme, una dulce muerte para tan desdichada vida. Era una<br />

noche lluviosa, hacía frío y estaba cansado. Salía de tomar una copa cuando<br />

una chica, de esas que ves una vez en la vida, se me acercó. Extrañado pensé:<br />

«¿Me habla a mí?». Tras invitarle a un par de Manhattans, una cosa llevó a la<br />

otra..., fue entonces cuando me confesó que su hermana murió atropellada<br />

«por mi culpa». Hacía años que ocurrió, casi no lo recordaba; en aquel<br />

entonces, yo bebía en exceso e iba hebrio. Y mientras ella confesaba que había<br />

estado planificándolo todo, cada momento..., me susurró al oído: «Te<br />

perdono». Y me dio un beso envenenado.<br />

347. DAVID AGUILERA ROMÁN – EL ALMA J<strong>UN</strong>TO AL MAR<br />

Como cada noche, Jarod pasaba interminables horas a la orilla del mar.<br />

Su insomnio no le permitía otra cosa. La brisa marina y el golpeteo de las<br />

olas al menos le relajaban. Sin embargo, esa noche era distinta, sentía las<br />

gaviotas, las centelleantes luces de las farolas y el rumor marino mucho más<br />

fuerte, como si formara parte de él. Aquellos pescadores nocturnos no se<br />

giraban al oírle pasar tras ellos, y estaba ya tan agotado que decidió irse a<br />

casa. Tras llegar a la puerta, se dio cuenta de que no llevaba llave y decidió<br />

llamar. Su mujer y sus hijos no le contestaron, solo Pinky, el pequeño<br />

caniche que tenía por mascota, pareció percatarse de su presencia y se acercó a

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