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UN CRIMEN

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¡Bang! ¡Bang!<br />

—Rachel...<br />

—Tranquilo. La ayuda está en camino.<br />

1118. ÓSCAR ROJO MATARRANZ – <strong>UN</strong> MAL DÍA<br />

—¿Por qué llueve tanto? Odio trabajar cuando llueve.<br />

—Vamos, Rober, en diez años como compañeros jamás te he visto<br />

trabajando de mal humor. ¿Ha pasado algo?<br />

—No, supongo que simplemente hoy tengo un mal día.<br />

—Bueno, hoy es un mal día para mucha gente —añadió Marco, el<br />

detective más experimentado de aquella curiosa pareja de investigadores de<br />

Homicidios.<br />

Aquellas palabras cambiaron la expresión del detective Rober, el cual<br />

miró de nuevo el cuerpo cubierto por una sábana que había en mitad de aquel<br />

pantano.<br />

—Solo tenía veintiún años; estudiaba enfermería —explicó Rober<br />

mientras revisaba sus notas.<br />

Marco se inclinó sobre el cuerpo y levantó parcialmente la sábana.<br />

—Un disparo en la cabeza. A sangre fría —comenzó Marco—. ¿Quién<br />

crees que ha sido; un exnovio?<br />

—Esta vez no, Marco. Esta vez, he sido yo.<br />

—¿Qué...? —respondió su compañero desconcertado mientras levantaba<br />

la vista, pero el arma que le apuntaba detuvo sus palabras.<br />

—Lo siento, Marco; odio tener que hacer esto.<br />

Bang.<br />

1119. PABLO CANINO GUTIÉRREZ – AMENAZA EMOCIONAL<br />

La figura de Stephen Hawks se recortaba oscura y solitaria en la orilla del<br />

Hudson frente a las luces de la Gran Manzana. Detrás de él, dos policías<br />

retenían contra el suelo al fin a aquella desalmada y fornida bestia. Recordé<br />

entonces las palabras que me dijo el día que vimos el magullado cadáver de<br />

Emily Green: «Era joven, guapa, talentosa y seguramente feliz, y ahora no<br />

tiene nada. El culpable lo pagará». Lo había vuelto a hacer, había vuelto a<br />

cumplir justicia, pero no cabía en él la satisfacción propia de cuando resolvía<br />

un nuevo caso de asesinato. En sus manos sostenía la foto antigua que el<br />

asesino le había pedido que cogiera de su chaqueta, una niña que sonreía<br />

risueña. Cuando le dio la vuelta, descubrí inscrita sus iniciales junto con una<br />

fecha, la misma que figuraba en los viejos recortes de periódico que guardaba<br />

en casa sobre la niña desaparecida. Un pánico inusual lo invadió. Lo que dijo<br />

a continuación lo cambió todo: «Ellos la tienen y la matarán si sigo... Es<br />

Lucy, mi hija».

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