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UN CRIMEN

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240. CARLOS SUÁREZ–MIRA – DOS BALAS DE <strong>UN</strong> COLT<br />

De la comisura de sus labios pendía una grisácea colilla. De su Colt<br />

phyton plateado, calibre 357, un humillo azulado ascendía al encuentro de las<br />

lágrimas que se deslizaban lentamente por un rostro antes enrojecido de ira.<br />

Sus blancas manos habían acariciado por última vez aquellos cabellos<br />

ensortijados, negros como una noche de octubre, largos como un día en<br />

soledad. Una soledad que nunca quiso, pero que siempre lo persiguió. Esta<br />

vez le había alcanzado. Rosa se había ido. Sus labios rojos quedaron<br />

amoratados en un instante. Nunca más darían besos furtivos. No más<br />

susurros al oído. Cuántos secretos quedarían definitivamente atrapados en<br />

aquella boca libertina y divertida, cercana pero fría, alegre aunque sombría.<br />

Todos menos uno. El nombre de su asesino. Asesino de su amor y asesino<br />

del destino. Una bala para su dolor y otra antes para el mío.<br />

241. CARLOS TORRALVA – ELLA<br />

Como cada día, esperaba el momento de verla pasar por delante de su<br />

trabajo; era portentosamente bella, caminaba segura y con brío, no podía<br />

dejar de mirarla. Ella se paró en el cruce para dejar pasar un vehículo que<br />

pasaba muy despacio. Él no podía creer lo que estaba viendo, la puerta<br />

corredera se abrió y engullo a la chica en unos segundos, tiró al suelo lo que<br />

tenía en las manos y salió a la carrera del local hacia el cruce; al llegar, pudo<br />

ver el coche que se alejaba deprisa, era color oscuro, no acertó a ver el<br />

modelo, pero sí la matrícula. Inmediatamente, se la apuntó en la mano y se<br />

dirigió tembloroso hacia la verdulería, dispuesto a llamar a la policía; al<br />

entrar, se quedó atónito. Ella estaba junto a la caja.<br />

242. CARLOTA ESTEBAN – SIN TÍTULO<br />

Aparco enfrente de un edificio ruinoso. Delante de mí hay un cordón<br />

policial y varios agentes hablando entre ellos. Paso sin decir nada y me dirijo<br />

a la segunda planta. En su interior, me espera John, el agente en prácticas.<br />

—Todo apunta a que es un suicidio.<br />

—¿Estás seguro?<br />

—Creo que sí, señor.<br />

Me dirijo al cuarto donde aparece el cuerpo de una mujer de unos treinta<br />

años encima de la cama.<br />

—Hemos encontrado pastillas y una botella de alcohol por el suelo.<br />

Me acerco más y me pongo a observar el cadáver: sus ojos están abiertos<br />

exageradamente, su mano derecha agarra un bote de pastillas con demasiada<br />

fuerza y... Bingo.<br />

—¿Crees que en un suicidio como este habría sangre? —le pregunto.<br />

—¿Perdón?<br />

—Mira debajo de la cama.<br />

El chico me mira raro, pero obedece.<br />

—No creo que haya... —Se levanta rápidamente del suelo y me mira

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