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UN CRIMEN

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1286. SERGIO BARBUZANO – SIN TÍTULO<br />

Nada más llegar, me está esperando la mujer que llamó a la policía. La<br />

miro de arriba abajo y creo que se está dando cuenta de que no me gusta<br />

madrugar un domingo simplemente porque su vecina tenga la puerta de la<br />

casa abierta y no le responda al llamarla. Al entrar, la imagen es tan parecida a<br />

otras que ya he visto que casi ni me inmuto. En el suelo del cuarto de baño, el<br />

cadáver de una mujer con la cara ensangrentada y llena de esquirlas de cristal,<br />

como si la hubieran golpeado contra el espejo mientras un par de fuertes<br />

manos apretaban su cuello hasta dejarla sin respiración, agarraba con su<br />

mano derecha un móvil en el que un tal Julio jefe le había mandado un<br />

whatsapp diciéndole cuánto le encantaban «sus besos ricos». Sentado en el<br />

inodoro, su marido, con los ojos clavados en ella, con una mirada<br />

desconcertada. Lo que me falta ahora es dilucidar si su desconcierto era por<br />

haber encontrado a su mujer muerta o por haber descubierto que tenía un<br />

amante.<br />

1287. SERGIO GARCÍA HERNÁNDEZ – ASCENSO<br />

Su cuerpo se encuentra pegado al asfalto, sin vida. Rodeándole, un millar<br />

de cristales rotos. Su cara ensangrentada y sus ojos apagados. Las gotas de<br />

sangre empiezan a subirle por la cara hasta desaparecer bajo el cabello. Los<br />

cristales se elevan poco a poco, flotando por el aire; junto a ellos, el cuerpo<br />

sin vida del hombre. Sus ojos se abren de par en par, y un grito ahogado<br />

emana de su boca. Sigue subiendo junto al millar de cristales hasta llegar al<br />

noveno piso de un alto edificio. Se cuela por la ventana, como atraído por un<br />

imán, al mismo tiempo que los cristales empiezan a recomponerse. La<br />

habitación está en penumbra, y el hombre gira sobre sí mismo. De pronto,<br />

unos brazos lo agarran por la camisa y lo atraen hacia sí. Aún vivo, el hombre<br />

mira a su asesino a los ojos.<br />

1288. SERGIO GUARDIA SAHÚN – SIN RESPUESTA<br />

No obtuvo respuesta alguna, pero lo volvió a intentar. Sabía que estaba<br />

dentro de la casa, escasos metros detrás de la puerta. «¡Policía de Nueva<br />

York!», repetía una y otra vez, sin suerte. Cuando de repente escuchó un<br />

ruido, tiró la puerta al suelo y entró. «¡Alto, Policía!». Justo cuando estaba a<br />

punto de apretar el gatillo de la pistola, le empezaron a temblar las manos,<br />

mientras un escalofrío le recorría todo el cuerpo. Se quedó paralizada, solo<br />

un instante, pero fue un instante crucial. El que más. No obstante, él tuvo más<br />

sangre fría. La sangre fría de un verdadero asesino y huyó a través de la<br />

ventana. Por suerte, era un primer piso y no se hizo ni un rasguño; empezó a<br />

correr sin mirar atrás. Se le había escapado. La inspectora se dejó caer al suelo<br />

abatida. Ahora mismo tendría aproximadamente la edad de su hijo fallecido,<br />

cuando él lo había asesinado. Hacía poco más de tres años de aquel trágico<br />

suceso, más de tres años esperando este día, pero ella no era como él.

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