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La Sirena Varada: Año II, Número 10

El décimo número de "La Sirena Varada: Revista literaria"

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En el fondo de la cárcel había en<br />

una celda dos personas, la primera<br />

en un rincón, dormitaba, y otra<br />

figura en el centro. <strong>La</strong> segunda estaba<br />

postrada y lentamente deslizaba sus<br />

pies haciendo círculos en el piso. <strong>La</strong><br />

mujer se dio cuenta de que la observan:<br />

ágil se incorporó y empuñando su<br />

daga se preparó para recibir al guardia<br />

de la puerta.<br />

Al instante, un hombrecillo abrió el<br />

portón entrando a la hedionda celda.<br />

De ojos chiquitos, papada protuberante<br />

y nariz de castor, vestía un traje de<br />

corte militar, tapizado por relucientes<br />

medallas doradas y colguijes, detrás<br />

de él, dos monigotes hacían de escolta.<br />

—Comandante Liscurón, que súbita<br />

sorpresa…<br />

—Polindra, querida mía, te gratificará<br />

saber que hoy me nombraron General,<br />

después del duelo imperial, tras la deshonrosa<br />

muerte de tu querido Pelafón…<br />

Un grito salió de la boca de la raquítica<br />

mujer, y blandiendo la daga intentó<br />

apuñalar al General. Poco sirvió su movimiento,<br />

cuando los monigotes la tumbaron<br />

y dejaron tendida en el insalubre piso.<br />

—¿Tan poco tiempo encerrada te ha<br />

hecho olvidar los modales, mujer?<br />

Sujétenla —ordenó el hombrecillo—.<br />

Lo que me trae a tu inhóspita pocilga,<br />

como seguramente sabes, es el conocimiento,<br />

te volveré a preguntar una sola<br />

cosa, ¿comprendes?<br />

Los gorilas la ataron con pesadas cadenas<br />

a la pared de la celda. Liscurón<br />

sacó de su bolsillo una barra luminosa,<br />

y pudo admirar la cara gélida y decadente<br />

de Polindra. No hubo respuesta.<br />

—¡Respóndeme, asquerosa sabandija!<br />

—gritó el hombrecillo, sacudiendo<br />

al esqueleto de mujer. Un murmullo<br />

inaudible fue el poco resultado.<br />

—Quiero saber dónde escondió el difunto<br />

Pelafón el Ilidium…<br />

—¿En serio…? ¿Lo mataste? —susurró<br />

entre lágrimas.<br />

—¡¿Dónde guardaron el Ilidium?!<br />

Polindra rompió en amargo llanto. A<br />

pesar de las sacudidas, los gritos y las<br />

torturas físicas, el General no pudo sacar<br />

a la mujer de su desquiciado y desgarrador<br />

estado. Harto del hastío, el<br />

hombrecillo gritó:<br />

—¡Traigan al Veritador!<br />

Los monigotes de grandes brazos<br />

empujaron por el estrecho pasillo una<br />

maquinaria grisácea.<br />

A la desvencijada Polindra, quien ya<br />

no podía mantenerse y sólo colgaba<br />

como el Cristo de San Juan sobre la<br />

nada, la conectaron al Veritador por el<br />

casco relampagueante.<br />

En el tablero del Veritador, el General<br />

apretó los botones y, al no funcionar el<br />

aparatejo, le dio una patada componedora.<br />

<strong>La</strong> maquinaria soltó un quejido a manera<br />

de protesta, pero al fin, soltó un bufido<br />

en señal de poner las manos a la obra.<br />

—¿Qué han hecho con el Ilidium?<br />

Polindra recibió las descargas eléctricas<br />

correspondientes al no responder.<br />

—¿El Ilidium?<br />

—Yo… ¿Qué le has hecho a Pelafón?<br />

—Lo hemos enterrado, no has de preocuparte.<br />

Responde…<br />

—¡El Ilidium! —gritó Polindra, cuando<br />

las descargas la forzaron a decir la<br />

verdad absoluta—. Lo guardaba Pelafón,<br />

siempre consigo…, en el compartimiento<br />

de su Cruz de Caújar…<br />

Chispas luminosas salían del monstruo<br />

Veritador. Polindra dejó de recibir<br />

la carga, pero azotó de cara contra<br />

el suelo. Los monigotes se llevaron el<br />

aparatejo, y se escuchó a Liscurón al<br />

salir de la celda:<br />

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