La Sirena Varada: Año II, Número 10
El décimo número de "La Sirena Varada: Revista literaria"
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Mary nunca estuvo segura de<br />
cuando empezó a sentir aprensión<br />
al recorrer ese sendero.<br />
Sonreía, y se animaba a sí misma para<br />
continuar, pero al final terminaba recorriéndolo<br />
tan rápido como podía correr.<br />
Sobre aquella vereda solitaria no<br />
existían más que unos pocos pinzanes,<br />
y algunos arbustos resecos por el sol.<br />
Fuese de día o de noche, el resultado<br />
siempre era el mismo: comenzar sonriente<br />
y salir corriendo. Tal vez porque<br />
era la porción más sombría de su recorrido,<br />
o quizá porque era el punto más<br />
silencioso que conocía; pero aquella<br />
trocha siempre le intimidaba.<br />
Si encontraba a alguno de los hombres<br />
del rancho que fuera en su misma<br />
dirección, se le acercaba e inventaba<br />
cualquier charla para mantenerse a su<br />
lado. Con todo eso, a veces se despedía<br />
precipitadamente para huir corriendo.<br />
<strong>La</strong>s pocas veces que recorría el camino<br />
entre su casa y la escuela en compañía<br />
de su madre, o de sus hermanos mayores,<br />
debía hacer esfuerzos para mantener<br />
el paso tranquilo que todos llevaban. Tal<br />
era el pánico que sentía siempre que llegaba<br />
a esa vereda que a veces proponía<br />
jugar una carrera para justificar el salir<br />
corriendo a toda velocidad.<br />
Cada mañana, mientras apuraba la<br />
taza de chocolate y el pan dulce del<br />
desayuno, examinaba la situación ¿Por<br />
qué le daba tanto miedo ese lugar?<br />
¿Por qué debía pasar corriendo? No era<br />
ni la obscuridad, ni el silencio que reinaban<br />
en el paraje aquel. Muchos otros<br />
lugares de su recorrido diario eran tan<br />
sombríos como callados, y no le causaban<br />
inquietud alguna.<br />
Siempre que llegaba a ese trecho<br />
de su camino cotidiano se sentía observada,<br />
aunque era evidente que no<br />
había nadie por allí. Una vez le pareció<br />
escuchar algo a sus espaldas, pero no<br />
volteó, simplemente emprendió la más<br />
veloz carrera de su vida. Jamás supo,<br />
ni pretendió indagar, que fue lo que la<br />
asustó esa madrugada cuando aún a<br />
obscuras iba del ranchito donde vivía<br />
con rumbo a la escuela.<br />
Como era de esperar, Mary pensó en<br />
dar un largo rodeo a fin de evitar esa<br />
porción del camino; pero el nuevo recorrido<br />
la hubiera obligado saltar cercas<br />
de alambre de espino, encarar a feroces<br />
perros guardianes que protegían<br />
el ganado y las casas de los vecinos; y<br />
por último a darle casi una vuelta entera<br />
al cementerio del pueblo, del que se<br />
contaban muchas historias de fantasmas<br />
y aparecidos.<br />
¿A quién podría recurrir? Preguntó a<br />
su madre quien, después de escucharla<br />
atentamente, le pidió que le dijera si<br />
realmente deseaba continuar yendo a<br />
la escuela; y cuando la niña le dio una<br />
respuesta afirmativa, ella le acompañó<br />
por el camino durante una semana<br />
completa. Al lunes siguiente, el benjamín<br />
de la familia amaneció afiebrado, y<br />
la señora de la casa tuvo que quedarse<br />
con él. Mary tuvo que enfrentar nuevamente<br />
y a solas sus temores.<br />
«Pero… ¿A qué le tienes miedo?» le<br />
preguntaban con insistencia sus padres<br />
y hermanos. «Muchas, muchas<br />
veces hemos pasado por allí y nunca<br />
sucede nada. Antes no te asustabas»;<br />
concluían sonrientes. <strong>La</strong>s semanas<br />
transcurrían, y Mary tenía cada vez<br />
más miedo de ese lugar. Empezaba<br />
un llanto incontrolable antes de salir<br />
de casa, y para el momento de arribar<br />
a ese trecho del recorrido, su cuerpo<br />
temblaba sin control alguno, volvía entonces<br />
a casa, sollozante y temblorosa.<br />
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