La Sirena Varada: Año II, Número 10

Fue entonces que su madre decidió
llevarla con el médico del pueblo;
un viejo doctor conocido por la comunidad
desde mucho tiempo atrás.
Después de tomarle los signos vitales,
procedió al cuestionario de rigor, no
encontrando nada que justificara el
compor-tamiento melindroso de la jovencita.
Recetó entonces unas píldoras,
y pidió que le man-tuvieran informado
de cualquier evolución anormal del
comportamiento de la chica.
El doctor asentó en su diario personal:
«…hoy me trajeron a otra niña presa de
histeria al cruzar el campo algodonero.
Parece que mis vicios me han puesto en
el umbral de un importante descubrimiento
médico. Tengo la impresión que
de algún modo; por algún mecanismo
natural, pero todavía desconocido, de
defensa, estas muchachitas saben, o
por lo menos intuyen, lo que he hecho
en ese lugar. Si en lugar de secuestrar,
torturar, matar, y enterrar muchachas a
la vera del camino, procedo con varoncitos
¿a los muchachos también les sucederá
lo mismo? Solamente obtendré
una respuesta a esta pregunta mediante
una ordenada experimentación. Espero
poder presentar mis conclusiones
a la comunidad científica antes de que
me capturen…».
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