78 LAS ESCONDIDAS Por Ulises Buendía Navarrete
Camila tenía más de cuarenta minutos oculta, estaba esperanzada de no ser encontrada nunca. Ya que últimamente siempre era la primera en ser descubierta y, cuando eso sucedía, lloraba. Aunque desde hace dos semanas Camila ya se había acostumbrado a ser encontrada, siempre le quedaba un espacio de vacío y miedo en el estómago cada vez que la descubrían. Claro que no era la única en esconderse, todas las demás pequeñas se escondían tan bien que a veces tardaban horas en ser descubiertas. Para ella no era el juego favorito, de hecho, no conocía otro, pero de algún modo ya le dejaba de doler cada vez que perdía. Por las mañanas la pequeña Camila se despertaba sin recordar algo del juego nocturno, incluso lo único que pretendía hacer era desayunar con el resto de sus siete hermanas, qué, aunque no compartían una madre, todas tenían el mismo padre. <strong>La</strong>s ocho pequeñas vivían en una gran y enorme casa con el mismo número de habitaciones, Camila por ser la más pequeña dormía con su padre, bueno al menos eso era lo que ella recordaba. <strong>La</strong> última vez que vio a su madre fue en el parque, precisamente estaba jugando a las escondidas. Por la tarde, las ocho pequeñas que iban desde los seis y hasta los catorce años de edad, jugaban a ser muñequitas de porcelana, competían por ver quién se vestía mejor, Sasha siempre ganaba, era la mayor y ya tenían bien definidos sus gustos: tacones medianos, mallitas rotas y un pequeño vestido sobre las rodillas. Dafne por su parte no le preocupaba mucho la ropa, de hecho, sabía que era lo que menos importaba. Verónica y Berenice (las gemelas) eran un caso excepcional y muy especial pues su padre siempre escogía la ropa que tenían que vestir ellas, decía que eran las más valiosas, por su puesto Sasha sabía que era un amor doble, el resto de ellas no comprendía esa diferencia. <strong>La</strong>s últimas cuatro pequeñas, es decir: las de menos edad eran vestidas por Cleo, su nana, así que, Camila, Esmeralda, Rubí y Jade esperaban su turno en la habitación, mientras veían como el resto eran vestidas y adornadas cuales princesas de esos cuentos que Camila no escuchaba desde hace mucho. Así era la rutina todos los días, con excepción de los lunes. Los lunes eran para reír un poco y dormir mucho, pero de martes a domingo era la misma rutina, Camila no sabía hasta cuándo o porqué ella tenía que seguir a pasos exactos todas las reglas, pero lo que sí sabía era que extrañaba a su madre. <strong>La</strong> pequeña no entendía de fechas ni de cantidades, sólo sentía el duro golpe de ausencia, de hecho ya casi no recordaba el día en que se escondió tan bien que su madre no la encontró jamás, a cambio su nuevo padre —Gil— fue quien la rescató —según él dice— de no ser encontrada jamás. Ya en la tarde-noche, cuando el péndulo del reloj marcaba siete tonos angustiantes, todas las pequeñas con mucho pesar iban a sus respectivas habitaciones, las menores eran las que se escondían en el último piso, puesto que hacían más ruido, Sasha era la única que permanecía en la planta baja, junto con Cleo y Papá, entonces comenzaba la cuenta regresiva. Esta noche ya habían tardado, Camila tenía cuarenta minutos escondida y no la encontraban, tal vez por fin había de ganar. Pasada la hora, la pequeña niña estaba desesperada, salió del armario, 79
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