La Sirena Varada: Año II, Número 10

Étoile, Ruibarbo, Jartum y otros corceles
con los que habíamos lucrado meses atrás,
luchaban por sus vidas sin mucha esperanza.
Mientras tanto las carreras continuaban
y algunos rocines ahora dominaban los
hipódromos; entre ellos se coronaba como
campeón el mediocre Clayton, otro integrante
del establo de Abdel Prahbat, dueño
del difunto triunfador Étoile.
Me levanté de inmediato y le enseñé el
periódico a Vincent, conmocionada. Él lo
revisó con atención y procedió diciendo:
—Me parece muy extraño. ¿Peste
equina a mitad del otoño? ¿En el norte
de París? ¿Llevándose a la mayoría
de campeones? Es difícil creer que sea
una consecuencia. ¿No te parece?
No me pareció extraña la reacción de
Vince. Él suele ser un tanto frío y siempre
interpreta las circunstancias de forma
científica, por eso me sentía enamorada
de él. Al cabo de un rato logré ignorar la
noticia, aburrida quizás de lo cotidiano
que suelen ser las atrocidades.
Vincent se puso de pie y se dirigió
hacia la puerta, el reloj de pared anunciaba
las seis de la tarde; hora en la que
él debía hacer sus paseos terapéuticos.
Por mi parte me quedé en casa y forjé
dos cigarrillos de tabaco negro.
Ingresé al estudio de Vincent a guardar
el periódico pero lo que encontré en la
gaveta de su escritorio me golpeó como
si hubiese sido un tren a toda velocidad.
Un revólver corto, varias fotografías
que parecían ser del mismo caballo pero
estaban rotuladas con sus respectivos
nombres y la póliza del seguro del actual
vencedor, Clayton, donde Vince aparecía
como beneficiario. Junto a ellos encon-
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