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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

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necesitaba. Trabajaría por <strong>los</strong> dos, y él dictaría la ley en el hogar. Sería su<br />

bestia <strong>de</strong> carga, una bestia infatigable y obediente.<br />

En cuanto a su afición a <strong>los</strong> licores, la encontraba muy natural. Tras haber<br />

pensado bien las ventajas <strong>de</strong> semejante unión, se <strong>de</strong>claró. Fine quedó<br />

encantada. Nunca un hombre se había atrevido a ligarse a ella. Por más<br />

que le dijeron que Antoine era el peor <strong>de</strong> <strong>los</strong> pillastres, no se sintió con<br />

valor para rechazar el matrimonio que su fuerte naturaleza reclamaba<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía tiempo. <strong>La</strong> misma noche <strong>de</strong> bodas, el joven se fue a vivir al<br />

alojamiento <strong>de</strong> su mujer, en la calle Civadière, cerca <strong>de</strong>l mercado; el<br />

alojamiento, que se componía <strong>de</strong> tres piezas, estaba mucho más<br />

confortablemente amueblado que el suyo, y con un suspiro <strong>de</strong> contento se<br />

estiró sobre <strong>los</strong> dos excelentes colchones que guarnecían la cama.<br />

Todo marchó bien <strong>los</strong> primeros días. Fine se <strong>de</strong>dicaba, como en el<br />

pasado, a sus múltiples tareas; Antoine, presa <strong>de</strong> una especie <strong>de</strong> amor<br />

propio marital que lo asombró a él mismo, trenzó en una semana más<br />

cestas <strong>de</strong> las que había hecho nunca en un mes. Pero el domingo estalló<br />

la guerra. Había en la casa una suma bastante consi<strong>de</strong>rable que <strong>los</strong><br />

esposos mermaron fuertemente. Por la noche, borrachos ambos, se<br />

zurraron la badana, sin que les fuera posible, al día siguiente, recordar<br />

cómo había comenzado la disputa. Se habían mostrado muy tiernos hasta<br />

las diez; <strong>de</strong>spués Antoine había empezado a apalear brutalmente a Fine, y<br />

Fine, exasperada, olvidando su dulzura, había <strong>de</strong>vuelto tantos puñetazos<br />

como bofetadas recibía. Al día siguiente, reanudó valientemente el trabajo,<br />

como si nada ocurriera. Pero su marido, con sordo rencor, se levantó tar<strong>de</strong><br />

y se pasó el resto <strong>de</strong>l día fumando su pipa al sol.<br />

A partir <strong>de</strong> ese momento, <strong>los</strong> Macquart adoptaron el género <strong>de</strong> vida que<br />

iban a seguir llevando. Quedó tácitamente acordado entre el<strong>los</strong> que la<br />

mujer sudaría el quilo para mantener al marido. Fine, que amaba<br />

instintivamente el trabajo, no protestó. Era <strong>de</strong> una paciencia angelical,<br />

cuando no había bebido, y le parecía muy natural que su hombre fuera<br />

perezoso, y trataba <strong>de</strong> evitarle incluso las más leves tareas. Su punto<br />

flaco, el anisete, no la volvía mala, sino justa; las noches en que se había<br />

ensimismado ante una botella <strong>de</strong> su licor favorito, si Antoine le buscaba<br />

pelea, caía sobre él a brazo partido, reprochándole su holgazanería y su<br />

ingratitud. Los vecinos estaban acostumbrados a <strong>los</strong> escánda<strong>los</strong><br />

periódicos que estallaban en la habitación <strong>de</strong> <strong>los</strong> esposos. Se aporreaban<br />

concienzudamente; la mujer pegaba como una madre que corrige a su<br />

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