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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

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Capítulo 6<br />

<strong>Rougon</strong>, hacia las cinco <strong>de</strong> la madrugada, se atrevió por fin a salir <strong>de</strong> casa<br />

<strong>de</strong> su madre. <strong>La</strong> anciana se había dormido en una silla. Se aventuró<br />

<strong>de</strong>spacito hasta el extremo <strong>de</strong>l callejón <strong>de</strong> San Mittre. Ni un ruido, ni una<br />

sombra. Se acercó hasta la puerta <strong>de</strong> Roma. El hueco <strong>de</strong> la puerta, con las<br />

dos hojas abiertas, <strong>de</strong> par en par, se hundía en la negrura <strong>de</strong> la ciudad<br />

dormida. Plassans dormía a pierna suelta, sin parecer sospechar la<br />

enorme impru<strong>de</strong>ncia que cometía al dormir así con las puertas abiertas.<br />

Parecía una ciudad muerta. <strong>Rougon</strong>, tomando confianza, se a<strong>de</strong>ntró por la<br />

calle <strong>de</strong> Niza. Vigilaba <strong>de</strong>s<strong>de</strong> lejos las esquinas <strong>de</strong> las callejas; se<br />

estremecía en cada portal, creyendo siempre ver una banda <strong>de</strong><br />

insurgentes saltar a sus espaldas. Pero llegó al paseo Sauvaire sin<br />

contratiempos. Decididamente, <strong>los</strong> insurgentes se habían <strong>de</strong>svanecido en<br />

las tinieblas, como una pesadilla.<br />

Entonces Pierre se <strong>de</strong>tuvo un instante en la acera <strong>de</strong>sierta. Exhaló un gran<br />

suspiro <strong>de</strong> alivio y <strong>de</strong> triunfo. Conque esos bribones <strong>de</strong> republicanos le<br />

entregaban Plassans. <strong>La</strong> ciudad le pertenecía, a esa hora: dormía cómo<br />

una tonta; allí estaba, negra y apacible, muda y confiada, y sólo tenía que<br />

alargar la mano para cogerla. Esta corta parada, esa mirada <strong>de</strong> hombre<br />

superior lanzada sobre el sueño <strong>de</strong> toda una subprefectura, le causaron<br />

goces inefables. Allí, cruzado <strong>de</strong> brazos, adoptó, solo en la noche, una<br />

actitud <strong>de</strong> gran capitán en vísperas <strong>de</strong> una victoria. A lo lejos, sólo oía el<br />

canto <strong>de</strong> las fuentes <strong>de</strong>l paseo, cuyos sonoros hi<strong>los</strong> <strong>de</strong> agua caían en <strong>los</strong><br />

estanques.<br />

Después lo asaltó la inquietud. ¡Y si, por <strong>de</strong>sgracia, se hubiera hecho el<br />

Imperio sin él! ¡Si <strong>los</strong> Sicardot, <strong>los</strong> Garçonnet, <strong>los</strong> Peirotte, en lugar <strong>de</strong> ser<br />

arrestados y llevados por la banda insurrecta, la hubiesen arrojado entera<br />

a las cárceles <strong>de</strong> la ciudad!<br />

Sintió un sudor frío, reanudó la marcha, esperando que Félicité le daría<br />

informes exactos. Avanzaba más rápidamente, <strong>de</strong>slizándose a lo largo <strong>de</strong><br />

las casas <strong>de</strong> la calle <strong>de</strong> la Banne, cuando un extraño espectáculo, que vio<br />

al alzar la cabeza, lo clavó en seco en el empedrado. Una <strong>de</strong> las ventanas<br />

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