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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

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Sin embargo, Miette y Silvère se cansaban un poco <strong>de</strong> no ver más que sus<br />

sombras. Habían gastado su juguete, soñaban con placeres más vivos,<br />

que el pozo no podía darles. Con esa necesidad <strong>de</strong> realidad que <strong>los</strong><br />

asaltaba, habrían querido verse cara a cara, correr por el campo abierto,<br />

regresar ja<strong>de</strong>antes, con <strong>los</strong> brazos en la cintura, apretados uno contra otro,<br />

para mejor sentir su amistad. Silvère habló una mañana <strong>de</strong> salvar<br />

sencillamente el muro e ir a pasearse por el Jas con Miette. Pero la niña le<br />

suplicó que no hiciera esa locura, que la entregaría a merced <strong>de</strong> Justin. Él<br />

le prometió buscar otro medio.<br />

<strong>La</strong> tapia en la cual estaba enclavado el pozo formaba, a unos cuantos<br />

pasos, un brusco recodo que les procuraba una especie <strong>de</strong> entrante don<strong>de</strong><br />

<strong>los</strong> enamorados se habrían encontrado al amparo <strong>de</strong> las miradas, si<br />

hubieran conseguido refugiarse en él. Se trataba <strong>de</strong> llegar a ese entrante.<br />

Silvère ya no podía pensar en su proyecto <strong>de</strong> escalada, que había<br />

parecido asustar tanto a Miette. Alimentaba secretamente otro proyecto.<br />

<strong>La</strong> puertecita que Macquart y Adélaï<strong>de</strong> habían abierto en tiempos una<br />

noche había permanecido olvidada en aquel rincón perdido <strong>de</strong> la vasta<br />

finca vecina; ni siquiera habían pensado en con<strong>de</strong>narla; negra <strong>de</strong><br />

humedad, ver<strong>de</strong> <strong>de</strong> musgo, con la cerradura y <strong>los</strong> goznes roídos por la<br />

herrumbre, formaba como parte <strong>de</strong> la vieja muralla. Sin duda, la llave se<br />

había perdido; las hierbas, crecidas por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las tablas, contra las<br />

cuales se habían formado ligeros talu<strong>de</strong>s, probaban suficientemente que<br />

nadie pasaba por allí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía muchos años. Silvère contaba con<br />

encontrar esa llave perdida. Sabía con qué <strong>de</strong>voción tía Di<strong>de</strong> <strong>de</strong>jaba<br />

pudrirse en su sitio las reliquias <strong>de</strong>l pasado. Sin embargo, registró la casa<br />

durante ocho días sin ningún resultado. Iba todas las noches, a paso <strong>de</strong><br />

lobo, a ver si por fin había echado mano durante el día a la llave buena.<br />

Probó así más <strong>de</strong> treinta, proce<strong>de</strong>ntes sin duda <strong>de</strong>l antiguo cercado <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

Fouque, y que recogió un poco por todas partes, a lo largo <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s,<br />

en <strong>los</strong> anaqueles, en el fondo <strong>de</strong> <strong>los</strong> cajones. Empezaba a <strong>de</strong>sanimarse,<br />

cuando por fin encontró la dichosa llave. Estaba simplemente sujeta a un<br />

cor<strong>de</strong>l en el llavero <strong>de</strong> la puerta <strong>de</strong> entrada, que estaba siempre en la<br />

cerradura. Colgaba allí <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía cerca <strong>de</strong> cuarenta años. Cada día tía<br />

Di<strong>de</strong> había <strong>de</strong>bido <strong>de</strong> tocarla con la mano, sin <strong>de</strong>cidirse nunca a hacerla<br />

<strong>de</strong>saparecer, ahora que sólo podía <strong>de</strong>volverla dolorosamente a su<br />

voluptuosidad muerta. Cuando Silvère se hubo asegurado <strong>de</strong> que abría la<br />

puertecita, esperó al día siguiente, soñando con las alegrías <strong>de</strong> la sorpresa<br />

que le reservaba a Miette. Le había ocultado sus pesquisas.<br />

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