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dinero. Mire, tío, no nos toca a nosotros perjudicar a nuestra familia. Han<br />
obrado mal, serán terriblemente castigados un día.<br />
—¡Ah!, ¡qué inocencia la tuya! —gritaba el tío—. Cuando seamos <strong>los</strong> más<br />
fuertes, ya verás cómo yo mismo arreglo mis asuntil<strong>los</strong>. ¡Pues sí que se<br />
ocupa <strong>de</strong> nosotros el buen Dios! ¡Qué familia más asquerosa, qué familia<br />
más asquerosa la nuestra! Ya puedo reventar <strong>de</strong> hambre, que ni uno solo<br />
<strong>de</strong> esos sinvergüenzas me arrojaría un mendrugo <strong>de</strong> pan. —Cuando<br />
Macquart empezaba con este tema, era inagotable. Mostraba al <strong>de</strong>snudo<br />
las sangrantes heridas <strong>de</strong> su envidia. Lo veía todo rojo en cuanto se ponía<br />
a pensar que era el único <strong>de</strong> la familia que no había tenido suerte, y que<br />
comía patatas cuando <strong>los</strong> otros tenían carne a discreción. Todos sus<br />
parientes, hasta sus sobrinos nietos, pasaban entonces por sus manos, y<br />
encontraba agravios y amenazas contra cada uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong>—. Sí, sí<br />
—repetía con amargura—, me <strong>de</strong>jarían reventar como un perro.<br />
Gervaise, sin alzar la cabeza, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> tirar <strong>de</strong> su aguja, <strong>de</strong>cía a veces<br />
tímidamente:<br />
—Sin embargo, papá, mi primo Pascal ha sido bueno con nosotros, el año<br />
pasado, cuando estabas enfermo.<br />
—Te cuidó sin pedir nunca un céntimo —proseguía Fine, acudiendo en<br />
ayuda <strong>de</strong> su hija—, y a menudo me dio monedas <strong>de</strong> cinco francos para<br />
hacerte un caldo.<br />
—¡Él! ¡Me habría hecho reventar, si no tuviera yo una buena constitución!<br />
—exclamaba Macquart—. ¡Callaos, idiotas! Os <strong>de</strong>jáis liar como niñas.<br />
Todos querrían verme muerto. Cuando esté enfermo, por favor, no vayáis<br />
a buscar a mi sobrino, porque no estaría yo nada tranquilo sabiéndome en<br />
sus manos. Es un médico <strong>de</strong> pacotilla, no tiene una persona como es<br />
<strong>de</strong>bido en su clientela. —Después, una vez lanzado, ya no se paraba—.<br />
¡Es como esa víbora <strong>de</strong> Aristi<strong>de</strong>! —<strong>de</strong>cía—, es un hipócrita, un traidor. ¿Es<br />
que ni te vas a creer sus artícu<strong>los</strong> <strong>de</strong> El In<strong>de</strong>pendiente, tú, Silvère? Serías<br />
tonto <strong>de</strong> capirote. Ni siquiera están escritos en francés. Siempre he dicho<br />
que ese republicano <strong>de</strong> contrabando se entendía con su digno padre para<br />
burlarse <strong>de</strong> nosotros. Ya verás cómo le da la vuelta a la chaqueta… Y su<br />
hermano, el ilustre Eugène, ¡ese gordo imbécil con el que <strong>los</strong> <strong>Rougon</strong><br />
tanta lata dan! ¡Pues no tienen la frescura <strong>de</strong> preten<strong>de</strong>r que disfruta en<br />
París <strong>de</strong> buena posición! <strong>La</strong> conozco, yo, su posición. Está empleado en la<br />
calle <strong>de</strong> Jerusalén [4] , es un soplón…<br />
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