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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

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—Déjame —<strong>de</strong>cía con una risa <strong>de</strong> chiquilla juguetona—, déjame <strong>de</strong> una<br />

vez… Sé bajar perfectamente sola. —Después, cuando estuvo sobre la<br />

lápida—: ¿Hace mucho que me esperas?… He corrido, estoy toda<br />

sofocada.<br />

Silvère no respondió. No parecía estar <strong>de</strong> broma, miraba a la niña con aire<br />

apenado. Se sentó a su lado, diciendo:<br />

—Quería verte, Miette. Te habría esperado toda la noche… Me marcho<br />

mañana, al amanecer.<br />

Miette acababa <strong>de</strong> ver el fusil tumbado en la hierba. Se puso seria,<br />

murmuró:<br />

—¡Ah!… Estás <strong>de</strong>cidido… Ése es tu fusil… Hubo un silencio.<br />

—Sí —respondió Silvère con una voz aún más insegura—, es mi fusil…<br />

He preferido sacarlo esta tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> casa; mañana por la mañana, tía Di<strong>de</strong><br />

podría ver que me lo llevo y eso la inquietaría… Voy a escon<strong>de</strong>rlo, vendré<br />

a buscarlo mañana en el momento <strong>de</strong> salir.<br />

Y como Miette parecía no po<strong>de</strong>r separar <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong>l arma que él había<br />

<strong>de</strong>jado tan tontamente en la hierba, se levantó y la metió <strong>de</strong> nuevo <strong>de</strong>bajo<br />

<strong>de</strong> la pila <strong>de</strong> tablas.<br />

—Nos hemos enterado esta mañana —dijo, volviéndose a sentar— <strong>de</strong> que<br />

<strong>los</strong> insurgentes <strong>de</strong> <strong>La</strong> Palud y <strong>de</strong> Saint-Martin <strong>de</strong>-Vaulx estaban en<br />

marcha, y <strong>de</strong> que habían pasado la noche en Alboise. Se ha <strong>de</strong>cidido que<br />

nos unamos a el<strong>los</strong>. Esta tar<strong>de</strong> parte <strong>de</strong> <strong>los</strong> obreros <strong>de</strong> Plassans han<br />

abandonado la ciudad; mañana, <strong>los</strong> que todavía quedan irán al encuentro<br />

<strong>de</strong> sus hermanos. —Pronunció la palabra «hermanos» con énfasis juvenil.<br />

Después, animándose, con voz más vibrante—: <strong>La</strong> lucha resulta inevitable<br />

—añadió—, pero el <strong>de</strong>recho está <strong>de</strong> nuestra parte, triunfaremos.<br />

Miette escuchaba a Silvère, mirando al frente, fijamente, sin ver. Cuando él<br />

calló, dijo simplemente:<br />

—Está bien. —Y tras un silencio—: Ya me lo habías advertido…, sin<br />

embargo, esperaba aún… En fin, está <strong>de</strong>cidido.<br />

No pudieron encontrar otras palabras. El rincón <strong>de</strong>sierto <strong>de</strong>l <strong>de</strong>pósito, el<br />

caminito ver<strong>de</strong> recobraron su calma melancólica; no quedó sino la luna<br />

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