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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

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—¿Usted cree? —dijo <strong>Rougon</strong> que se había puesto pálido.<br />

No sabía que había corrido semejante peligro, y el relato <strong>de</strong>l ex<br />

comerciante <strong>de</strong> almendras lo helaba <strong>de</strong> espanto… Granoux no solía<br />

mentir; pero un día <strong>de</strong> batalla está permitido ver las cosas dramáticamente.<br />

—Cuando yo se lo digo, el hombre quiso asesinarlo —repitió con<br />

convicción.<br />

—Claro, por eso —dijo <strong>Rougon</strong>, con voz apagada—, oí silbar la bala en mi<br />

oreja.<br />

Se produjo una violenta emoción; el auditorio pareció impresionado y<br />

respetuoso ante aquel héroe. ¡Había oído silbar una bala en su oreja!<br />

Ciertamente, ninguno <strong>de</strong> <strong>los</strong> burgueses que allí estaban habría podido<br />

<strong>de</strong>cir otro tanto. Felicité se creyó en el <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> arrojarse a <strong>los</strong> brazos <strong>de</strong><br />

su marido, para llevar a su colmo el enternecimiento <strong>de</strong> la reunión. Pero<br />

<strong>Rougon</strong> se <strong>de</strong>sprendió <strong>de</strong> golpe y terminó su relato con esta corta frase<br />

heroica que sigue siendo célebre en Plassans:<br />

—El disparo se escapa, oigo silbar la bala en mi oreja, y ¡paf!, la bala va a<br />

romper el espejo <strong>de</strong>l señor alcal<strong>de</strong>.<br />

Fue una consternación: ¡un espejo tan bonito! ¡Increíble, realmente! <strong>La</strong><br />

<strong>de</strong>sgracia acaecida al espejo equilibró en la simpatía <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong><br />

caballeros el heroísmo <strong>de</strong> <strong>Rougon</strong>. El espejo se convertía en una persona,<br />

y se habló <strong>de</strong> él un cuarto <strong>de</strong> hora con exclamaciones, conmiseración,<br />

efusiones <strong>de</strong> pesar, como si lo hubieran herido en el corazón. Era el<br />

remate tal como Pierre lo había preparado, el <strong>de</strong>senlace <strong>de</strong> esta odisea<br />

prodigiosa. Un gran murmullo <strong>de</strong> voces llenó el salón amarillo. Se repetían<br />

entre sí el relato que acababan <strong>de</strong> oír y, <strong>de</strong> vez en cuando, un señor se<br />

apartaba <strong>de</strong> un grupo para ir a preguntar a <strong>los</strong> tres héroes la versión<br />

exacta <strong>de</strong> algún hecho discutido. Los héroes rectificaban el hecho con<br />

escrupu<strong>los</strong>a minuciosidad; tenían la sensación <strong>de</strong> hablar para la historia.<br />

Sin embargo, <strong>Rougon</strong> y sus dos lugartenientes dijeron que <strong>los</strong> esperaban<br />

en la alcaldía. Se hizo un silencio respetuoso; se saludaron con sonrisas<br />

graves. Granoux reventaba <strong>de</strong> importancia; sólo él había visto al insurrecto<br />

apretar el gatillo y romper el espejo; eso lo engran<strong>de</strong>cía, le hacía estallar<br />

en su pellejo. Al <strong>de</strong>jar el salón, cogió el brazo <strong>de</strong> Roudier, con pinta <strong>de</strong><br />

gran capitán roto por la fatiga, murmurando:<br />

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