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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

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hallaron súbitamente iluminados por una claridad cuyas agudas blancuras<br />

recortaban con singular niti<strong>de</strong>z las menores aristas <strong>de</strong> <strong>los</strong> rostros y <strong>de</strong> las<br />

ropas. A medida que <strong>los</strong> contingentes <strong>de</strong>sfilaban, <strong>los</strong> jóvenes <strong>los</strong> vieron<br />

así, frente a el<strong>los</strong>, feroces, sin cesar renacientes, surgir repentinamente <strong>de</strong><br />

las tinieblas.<br />

Al entrar <strong>los</strong> primeros hombres en la claridad, Miette, con un movimiento<br />

instintivo, se apretó contra Silvère, aunque se sentía segura, e incluso al<br />

abrigo <strong>de</strong> las miradas. Pasó el brazo por el cuello <strong>de</strong>l joven, apoyó la<br />

cabeza en su hombro. Con el rostro enmarcado por la capucha <strong>de</strong> la<br />

pelliza, pálida, se mantuvo en pie, con <strong>los</strong> ojos clavados en aquel<br />

cuadrado <strong>de</strong> luz que atravesaban rápidamente caras tan extrañas,<br />

transfiguradas <strong>de</strong> entusiasmo, con la boca abierta y negra, rebosante <strong>de</strong>l<br />

grito vengador <strong>de</strong> <strong>La</strong> marsellesa.<br />

Silvère, a quien sentía temblar a su lado, se inclinó entonces a su oído y le<br />

nombró <strong>los</strong> diversos contingentes, a medida que se presentaban.<br />

<strong>La</strong> columna marchaba en filas <strong>de</strong> a ocho. A la cabeza iban unos buenos<br />

mozos, <strong>de</strong> cabezas cuadradas, que parecían tener una fuerza hercúlea y<br />

una ingenua fe <strong>de</strong> gigantes. <strong>La</strong> República <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> encontrar en el<strong>los</strong><br />

<strong>de</strong>fensores ciegos e intrépidos. Llevaban al hombro gran<strong>de</strong>s hachas cuyo<br />

filo, recién amolado, relucía al claro <strong>de</strong> luna.<br />

—Los leñadores <strong>de</strong> <strong>los</strong> bosques <strong>de</strong> la Seille —dijo Silvèr—. Han formado<br />

un cuerpo <strong>de</strong> zapadores… A una señal <strong>de</strong> sus jefes, esos hombres irían<br />

hasta París, hundiendo las puertas <strong>de</strong> las ciuda<strong>de</strong>s a hachazos, como<br />

<strong>de</strong>rriban <strong>los</strong> viejos alcornoques <strong>de</strong> la montaña… —El joven hablaba<br />

orgul<strong>los</strong>amente <strong>de</strong> <strong>los</strong> anchos puños <strong>de</strong> sus hermanos. Continuó, al ver<br />

llegar, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>los</strong> leñadores, a una cuadrilla <strong>de</strong> obreros y <strong>de</strong> hombres <strong>de</strong><br />

barbas rudas, quemados por el so—. El contingente <strong>de</strong> la Palud. Es la<br />

primera villa que se alzó. Los hombres <strong>de</strong> blusa son obreros que trabajan<br />

<strong>los</strong> alcornoques; <strong>los</strong> otros, <strong>los</strong> hombres <strong>de</strong> chaquetas <strong>de</strong> pana, <strong>de</strong>ben <strong>de</strong><br />

ser cazadores o carboneros que viven en las gargantas <strong>de</strong> la Seille… Los<br />

cazadores conocieron a tu padre, Miette. Tienen buenas armas que<br />

manejan con <strong>de</strong>streza. ¡Ah!, ¡si todos estuvieran armados así! Faltan<br />

fusiles. Ves, <strong>los</strong> obreros sólo tienen pa<strong>los</strong>.<br />

Miette miraba, escuchaba, muda. Cuando Silvère le habló <strong>de</strong> su padre, la<br />

sangre le subió violentamente a las mejillas. Con el rostro ardiendo,<br />

examinó a <strong>los</strong> cazadores con expresión <strong>de</strong> cólera y <strong>de</strong> extraña simpatía. A<br />

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