You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
<strong>de</strong>l salón amarillo estaba brillantemente iluminada y, en el resplandor, una<br />
forma negra, en la que reconoció a su mujer, se inclinaba, agitando <strong>los</strong><br />
brazos <strong>de</strong> manera <strong>de</strong>sesperada. Se interrogaba, no comprendía,<br />
espantado, cuando un objeto duro rebotó en la acera, a sus pies. Felicité le<br />
tiraba la llave <strong>de</strong>l cobertizo, don<strong>de</strong> él había ocultado una reserva <strong>de</strong><br />
fusiles. Esa llave significaba claramente que había que coger las armas.<br />
Desanduvo el camino, sin explicarse por qué su mujer le había impedido<br />
subir, imaginándose cosas terribles.<br />
Fue <strong>de</strong>recho a casa <strong>de</strong> Roudier, a quien encontró levantado, dispuesto a<br />
marchar, pero en completa ignorancia <strong>de</strong> <strong>los</strong> acontecimientos <strong>de</strong> la noche.<br />
Roudier vivía en un extremo <strong>de</strong> la ciudad nueva, al fondo <strong>de</strong> un <strong>de</strong>sierto<br />
don<strong>de</strong> el paso <strong>de</strong> <strong>los</strong> insurgentes no había <strong>de</strong>spertado el menor eco.<br />
Pierre le propuso ir a ver a Granoux, cuya casa hacía esquina en la plaza<br />
<strong>de</strong> <strong>los</strong> Recoletos, y bajo las ventanas <strong>de</strong>l cual <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> haber pasado la<br />
banda. <strong>La</strong> criada <strong>de</strong>l concejal parlamentó mucho tiempo antes <strong>de</strong><br />
introducir<strong>los</strong>, y oían la voz temblorosa <strong>de</strong>l pobre hombre, que gritaba<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el primer piso:<br />
—¡No abra, Catherine! <strong>La</strong>s calles están infestadas <strong>de</strong> tunantes.<br />
Estaba en su dormitorio, sin luz. Cuando reconoció a sus dos buenos<br />
amigos, se mostró aliviado; pero no quiso que la criada trajese una<br />
lámpara, por miedo a que la claridad atrajera alguna bala. Parecía creer<br />
que la ciudad estaba todavía llena <strong>de</strong> insurrectos. Retrepado en un sillón,<br />
junto a la ventana, en calzoncil<strong>los</strong> y con la cabeza envuelta en un pañuelo,<br />
gemía:<br />
—¡Ay, amigos míos, si supieran!… He intentado acostarme, pero<br />
¡armaban un alboroto! Entonces me eché en este sofá. Lo he visto todo,<br />
todo. Caras atroces, una banda <strong>de</strong> presidiarios escapados. Después<br />
volvieron a pasar; se llevaban al valiente comandante Sicardot, al digno<br />
señor Garçonnet, al jefe <strong>de</strong> correos, a todos esos señores, lanzando gritos<br />
<strong>de</strong> caníbales… —<strong>Rougon</strong> sintió una cálid a alegría. Hizo repetir al señor<br />
Granoux que había visto perfectamente al alcal<strong>de</strong> y a <strong>los</strong> otros en medio<br />
<strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> bandidos—. ¡Se lo digo yo! —lloraba el hombrecillo—; estaba<br />
<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mi persiana… Como al señor Peirotte, vinieron a <strong>de</strong>tenerlo; le oí<br />
que <strong>de</strong>cía, al pasar bajo mi ventana: «Señores, no me hagan daño».<br />
Debían <strong>de</strong> martirizarlo… Es una vergüenza, una vergüenza…<br />
Roudier calmó a Granoux afirmando que la ciudad estaba libre. Y entonces<br />
209