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otras barreras deseables pero no realizables
en el marco legal actual, como
barreras comerciales respecto de la
protección de la soberanía alimentaria,
o sanitarias que pueda hacer reales el
SENASA, aduaneras, o inclusive relacionadas
con la pandemia, algo como solicitar
un Certificado de Libre de
Covid-19, tanto a la cadena productiva
de ese ovoproducto como al transporte
que lo ingrese a territorio argentino.
¿Cuales son las debilidades de un
producto de otro país? Las reales: el
tiempo desde su producción es mayor
al nuestro, o sea que la frescura es más
cuestionable; el conocer al productor es
muy difícil; el hecho de que un huevo
fresco venga desde lejos sería una gran
desventaja a ojos del consumidor. El tema
es que el consumidor final lo sepa...
¿lo sabrá?, ¿hay forma de que está al
tanto?
En un primer análisis, que podemos
ubicar en un nivel de protección de
mercado-país, y que apuntaría a aprovechar
el sentimiento nacionalista del
consumidor, podemos tratar entonces
de que la producción nacional esté
identificada de alguna forma, pudiendo
ser con algún emblema generado por la
Cámara Argentina de Productores Avícolas
(CAPIA), que se presente en envases,
sellos de huevo, depósitos, o bien
que SENASA obligue a que el origen
transnacional de ese producto sea evidente
con algún tipo de identificación.
Tengamos en cuenta que en el futuro
que viene, con mucha mas desocupación,
el trabajo argentino también es
un valor que será apreciado por el consumidor,
y ese es un hecho que no habría
que dejar de aprovechar en algún
tipo de publicidad.
Incluso, podríamos generar con las
fábricas de maples un color de maple
“argentino”, que no sea en lo inmediato
imitable; esto por supuesto en el caso
de que la potencial importación llegue
a venderse en ese envase.
También, alineado en este tema, podría
funcionar una política de certificación
sanitaria “privada”, con un sello
que exprese que el producto está libre
de algún patógeno que esté inserto en
el imaginario del público.
Obviamente cualquier medida de
este tipo requiere extrema coordinación
entre productores y un basamento
científico real, para lo cual CAPIA, nuestra
cámara, es clave. En este sentido
podemos ir a un sello de “Libre Salmonella”,
que otorgaría un potencial sesgo
negativo a quien no lo esgrima, o de alguna
patología aviar que no se encuentre
activa dentro de nuestras fronteras.
En otro nivel de análisis, el de cada
productor, ante una amenaza “generalista”
–y esto no sólo aplica a una amenaza
transnacional, sino también a una
zona que nos amenace, o a un colega
que juegue con precios bajos–, otra respuesta
posible y positiva en cualquier
escenario es tratar de generar nuestro
propio espacio. Esto lo podemos lograr
construyendo nuestro propio nicho de
comercialización; desde los súper básicos
de lograr un buen nivel de pigmentación
en la yema, implementar la irradiación
con luz ultravioleta de nuestra
producción, invertir en el sellado de
huevos para mejorar la trazabilidad,
garantizar su frescura y así fidelizar a
nuestro consumidor final.
En cuanto a la comercialización,
qué importante sería construir marcas
de verdad, y qué útil sería que la comercialización
mayorista –hoy en muchos
casos en manos de comerciantes
que con gusto transitarían al huevo
brasilero–, esté en manos de productores
que se asocien para profesionalizar
esa ardua tarea de comercializar que
dejamos en manos de grandes mayoristas
o depósitos.
Pero mas allá de ese mercado básico,
inicial, de diferenciar nuestra producción,
existe un camino mas difícil y
sofisticado, que garantiza con mas firmeza
ser el dueño de su mercado a
quien lo transite. Y es un camino que
nos lleva a abreviar en lo que las nuevas
generaciones traen a nuestra cultura,
para quedarse: bienestar animal, veganismo
–¡qué desafío!–, funcionalidad
del alimento, practicidad... ¡que mezcla
de conceptos!
En un futuro, si lográramos educar
a nuestros consumidores de forma de
convertirlos en sofisticados conocedores
y amantes de los nichos, ¡que gran
barrera sería para proteger nuestra producción!,
¡cuanto nos alejaríamos del
commodity!, ¡que difícil para un jugador
externo sería traer mercadería a
mansalva!
Pero este desafío nos lleva a tratar
con fuego y decisiones económicas importantes,
veamos. En el caso de que
nuestro puntal sea el bienestar animal,
al día de hoy parecería que los puntos
intermedios entre nuestros sistemas
mayoritarios de producción y los sistemas
“cage free”–esto es, que el ave no
sea alojada en jaulas– no serían apreciados,
en mi opinión, por un consumidor
dispuesto a pagar mas que el básico. Es
decir, que más espacio en la jaula, o rascadores,
no son herramientas para
marketing. Pero sí la gallina libre de
jaula; sí, y tal vez más, el sistema “freerange”,
o sea que el ave tenga acceso al
exterior. Es muy posible que el consumidor
informado del mundo vegano
sea mas permeable a transar consumiendo
huevos de estos sistemas que
de los actuales, aunque estos últimos
tengan muchas razones para ser defendidos,
como sanitariamente más seguros,
más eficientes desde todo punto de
vista y no menos culpables de la hipotética
felicidad de la gallina.
Además, el productor que decida
ampliarse a estos sistemas Millenial
Friendly, tendrá abiertos además, a trapág.
31 • junio - julio 2020 |
CA&A