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Cátedra Avícola & Agropecuaria Junio - Julio 2020

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to. El impulso fue la mayor demanda

del mercado interno. Los menores precios

relativos de la carne aviar en relación

con otras carnes fueron el principal

incentivo para la modificación estructural

de la dieta de los consumidores.

Cortes populares, como el asado,

se encarecieron más del doble que el

pollo.

La estabilidad de los precios de la

cadena avícola fue resultado de las retenciones,

ya que moderaron el aumento

de costos importantes, como los

cereales y las oleaginosas utilizados

para alimentar a los pollos.

“Con la salida de la convertibilidad

llegamos un consumo de 24 kilos por

habitante por año, el crecimiento fue

vertiginoso. Elaboramos un proyecto

que incluía la exportación como para

poder manejar mejor el mercado interno,

y la salida de la convertibilidad –con

todo lo traumático que representó–

también fue una oportunidad. Ahora la

competencia era con el asado, y en la

medida en que quedamos en el valor

del asado, llegamos a los 28 kilos.

Cuando con un kilo de asado se compraban

dos kilos de pollo, llegamos a los

35 kilos; y cuando estuvimos a los 3

kilos de asado contra 1 kilo de pollo,

pisamos los 40 kilos de consumo por

habitante al año... Y de ahí, a este importante

salto, al cual hay que agregarle

que la carne bovina tomó precio internacional

por un lado, pero por el otro

lado también hay generaciones de hábito

en el consumo de pollo que no lo

teníamos allá por los ’60. Ahora ya tenemos

gente de 30 a 40 años que arrancaron

comiendo pollo normalmente,

mientras que en aquel entonces lo

que más queríamos comer era la pata

del pollo. Ahora, sin ninguna duda, con

el hábito, con la diversidad por parte

del consumidor y con una infraestructura

muy importante en toda la cadena

de producción, con costos que se ajustaron

aún mucho más, el escenario es

otro”, destaca Domenech.

Pero además de los hábitos de consumo,

también cambió la forma de producir:

“hay que tener en cuenta que

desde el ‘76 en adelante, empieza el

modelo de integración que termina en

el ‘83, consolidándose como el modelo

de producción de pollos en Argentina.

Ahí se acabó el costo del que vendía

huevo incubado y le vendía el huevo

con ganancia a la incubadora, la incubadora

le vendía al bebé a un distribuidor

–también con rentabilidad–, el

distribuidor le ponía un porcentaje encima

y todo lo demás… Eso hacía que

el producto fuera caro porque faltaba y

si no faltaba no daban los costos, y así

se iban fundiendo los productores independientes

que eran los que estaban

en ese momento. Ahí comenzó el proceso

de integración y, en ese mismo

momento de integración, se pasaron a

quemar todos los costos. Es decir, si arrancás

con los huevos de la reproductora,

pero el valor de ese huevo va al

final del costo, junto con el pollo eviscerado,

con el costo final del alimento

balanceado que produce la integración,

esto genera una caída importantísima

en materia de costos. El segundo impacto

importante en los costos fue

cuando comenzamos –entre los finales

de los ‘90 y los primeros años del 2000–,

a aprovechar el 100% de todos los despojos.

Antes pagábamos por la visera o

para ver qué se hacia con la pluma. Recién

a finales de los ‘90 aparecen las

primeras exportaciones de garra a

Hong Kong y esto generó que el pollo

pasara de rendir entre un 75 y 77 por

ciento –como un gran rendimiento– a

CA&A | junio - julio 2020 • pág. 46

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