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En innumerables ocasiones tuve
la oportunidad de conversar con
Roberto Domenech acerca del
acontecer y las perspectivas de la industria
avícola, y más allá de la prudencia
que lo caracteriza a la hora de hacer
pronósticos, en estas charlas siempre se
hacía presente la posibilidad de concretar
un viejo anhelo, que algún día la
tendencia global de consumo carne
Roberto Domenech, Presidente de CEPA
aviar llegara a nuestro país, ubicando al
pollo en los primeros lugares..
“La realidad es que haber llegado a
estos niveles de 50 kilos por habitante
por año, es algo a lo que fuimos permitiéndonos
pensar a medida de que íbamos
descubriendo espacio. Mi imaginación
se sitúa allá en los comienzos,
aproximadamente año ‘63, donde todavía
no había una relación entre la
producción de huevo fértil, la cantidad
de pollito bebé y los galpones para
criar. Recuerdo que en Pilar, donde estuvo
uno de los puntos de desarrollo,
Arbor Acres producía el huevo fértil, y
Albayda incubaba y vendía los pollitos.
Pilar era un centro importante, con galpones
de 3.000 a 5.000 pollos, algún
galpón de 10.000 –que era una barbaridad–,
y después estaban General Rodríguez
y San Andrés de Giles. Todavía
estaba el mercado de aves y huevos
abierto en la zona de Parque Patricios,
en Los Patos y Uspallata, donde llegaba
toda la producción, que eran muchas
aves de campo principalmente. Por ese
tiempo, Entre Ríos tenía el trabajo del
esfuerzo de aquellos que hacían avicultura,
de elegir las mejores aves. Había,
por supuesto, incubadoras, pero siempre
cuando hablamos de una gran incubadora
se hablaba de alguien que
tenía una incubadora de 60.000 huevos,
cuando las normales eran de 14,
25, 30 o 36 mil huevos, así eran más o
menos las escalas. Una vez alguien dijo:
«y… estaremos entre 5/6 kg. por habitante»;
y creo que ahí está más o menos
la primera referencia”, recuerda Roberto
Domenech.
CRECIMIENTO DEL CONSUMO DE
CARNE AVIAR
Claramente, las particularidades del
comienzo de la avicultura industrial en
Argentina, distan significativamente de
la actualidad de este pujante sector de
la agroindustria local.
“Muchas veces he comentado que
el pollo siempre tuvo una buena aceptación,
era como que la gente estaba esperando
poder tener acceso al pollo. No
obstante, la gran mayoría quería tener
acceso al pollo vivo, no tanto al pollo
faenado, sino que quería elegirlo vivo:
ahí mismo lo mataban, lo pelaban y te
lo llevabas a tu casa, todavía con la víscera.
Luego, con la creación del Centro
de Empresas Procesadoras Avícolas
(CEPA), nace el proyecto del pollo eviscerado,
con el objetivo de convertirlo
en un producto progresivamente de
consumo masivo. Yo diría que, en condiciones
generales, el pollo era un producto
de lujo –por lo menos así estaba
considerado por la escasa oferta–, y se
consumía en días muy especiales, como
las Navidades y demás fiestas. En
consecuencia, el pollo tuvo una limitante
que era el precio y el gusto, es
decir, la satisfacción de comprar y comer
un pollo, en restaurantes o los fines
de semana, o en casos muy especiales.
Después el crecimiento del consumo
comenzó a estar directamente atado a
la relación pollo-carne bovina: a principios
de los ’70, el pollo estaba muy en
precio con los cortes más caros de la
carna bovina, es más, me animaría a
decir que el pollo costaba como un lomo.
Entonces, en ese contexto, podríamos
decir que el consumo estaría –tal
vez– en los 9/10 kilos por habitante por
año. Ahí vino una segunda etapa en la
cual el precio del pollo se ubicó más
cerca de los cortes de menor valor que
el lomo, como el cuadril, y el consumo
creció otros 2 o 3 kilos más. Luego, a
principios de los ‘80, el consumo tuvo
un crecimiento importante cuando el
precio del pollo se equiparó con el precio
de la milanesa, y llegamos, quizás, a
los 15 kilos. De ahí en adelante entró a
competir con el asado, pese a que a
estos pollos se los denominó desde sus
comienzos, y por décadas, ‘Pollos Parri-
pág. 43 • junio - julio 2020 | CA&A