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FONDO JURÍDICO Y COLABORACIONES
del Mundo Hispánico hace que las s finales
desaparezcan. En lugar de “muchos
hijos” los hablantes pronuncian
“muchoh hijoh”. Ese trabajo es tan extraordinariamente
precursor que habrá
de transcurrir medio siglo para
que, a finales de los 80, desde la universidad
alemana de Kiel Fred Boller
se atreva a emplear el mismo recurso
técnico para solventar la complejidad
del vocalismo dialectal español.
Las técnicas espectrográficas se asentaron,
a pesar de que resultaban ostensiblemente
costosas, en disponibilidad
y en dinero. Requerían de un aparato
muy voluminoso, el émbolo que
recogía las vibraciones, giraba conforme
a ellas y hacía reaccionar los líquidos
de su interior, hasta que finalmente
ofrecía la huella de los sonidos en
papel. Ese proceso, como cabe figurar,
además era extraordinariamente prolijo.
En todo caso, sus resultados eran
determinantes, sobre todo en condiciones
de laboratorio. La espectrografía
permitía discriminar con perfección
absoluta, no solo los sonidos, sino
también sus componentes, además de
los tonos empleados por los hablantes.
Ese último aspecto abría posibilidad de
aplicación evidentes, aunque tardaran
décadas en aparecer y desarrollarse,
entre otras cosas porque la lingüística
aplicada no empezó a tener perfil propio
y nítido dentro de la lingüística hasta
finales de los 70. Los tonemas son
idiosincrásicos y `únicos, como huellas
dactilares sonoras propias de cada
persona. De manera que la posibilidad
de identificar hablantes mediante sus
sonidos no era ciencia ficción, sino una
de las posibilidades que permitía un
instrumento ya conocido por la fonética.
Cada persona estaba fonéticamente
caracterizada por un tono privativo,
por una forma de articular sonidos de
la que quedaba huella impresa.
En la década inmediatamente siguiente
aparece otro elemento que va a ser
decisivo para el desarrollo de estas
aplicaciones. La evolución de la informática
permite que se alcance un tratamiento
automático del sonido. Mediante
un conversor analógico-digital,
la señal sonora (el sonido de una grabación)
se transforma en señal digital
(una secuencia numérica). A partir de
ese momento, podía ser informatizada
sin mayor inconveniente.
Naturalmente, eso abría una nueva dimensión
de aplicaciones, lingüísticas y
no lingüísticas. Entre estas últimas, a
modo meramente ilustrativo, se desarrollaron
sistemas de seguridad a partir
de registros automáticos de voz humana.
Un hablante mantiene siempre
su tonema identificador, en cualquier
condición.
Se produjo también una considerable
evolución operativa. Los aparatosos laboratorios
de fonética se han condensado
gracias a la aparición de programas
como Praat que hacen las mismas
funciones, pero desde un pequeño
microprocesador, sin necesidades de
líquidos y émbolos girando, con varias
posibilidades de impresión. Excuso decir
que resulta ostensiblemente más
cómodo trabajar en esas condiciones
que en el viejas salas de espctrografía.
Además, ese programa en concreto
está en abierto, es gratuito y lo puede
usar cualquiera (que sepa como funcionan
estas cosas, naturalmente).
Ese magnífico panorama, en teoría, a
efectos de peritaje forense permite una
perfecta identificación de un mismo locutor
en grabaciones física y cronológicamente
distintas. De hecho, ese es un
de los reclamos publicitarios de los laboratorios
de fonética que están empezando
a proliferar en los últimos tiempos.
Por supuesto, la Guardia Civil ha
incorporado a sus correspondientes
expertos.
Sin embargo, no todo es tan fácil e inmediato,
sobre todo dentro de un proceso
judicial. En las salas de justicia se
ven casos reales, personas grabadas
en sus interacciones habituales, naturalmente,
fuera de un laboratorio de
fonética experimental. Y, claro, la realidad
está más contaminada, es más
mestiza y compleja, menos exquisitamente
preparada. En ella los sonidos
humanos conviven con múltiples ruidos,
que no siempre pueden ser filtrados
y limpiados. Ello distorsiona los resultados
y disminuye en grado diverso,
la capacidad de reconocimiento efectivo
de locutores, al menos desde una
perspectiva lingüística seria.
Como acaba de señalarse, por supuesto
que nada impide tratar de limpiar las
grabaciones, aunque esa operación
puede tener éxito variable. Nunca hay
garantía completa de que ese procedimiento
termine con todos los contaminantes
de una grabación. De hecho, lo
más habitual es que esa limpieza no
sea completa, lo que de inmediato conlleva
un descenso variable de los niveles
de fiabilidad de los resultados.
Así surge el mayor inconveniente para
el empleo de estas pruebas en el mundo
judicial. Una identificación con un
70% de fiabilidad en esas condiciones
para un lingüística es suficiente y exitosa.
Pero para quienes se encargan de
acusar, defender o juzgar a otras personas,
es posible que se trate de un
margen intranquilizador, cuando no insuficiente.
Es perfectamente comprensible.
Llevo años insistiendo en que este no
es un problema irresoluble. Hay muchas
opciones de análisis lingüístico,
además de la espectrografía. Además,
en mi opinión tampoco son excluyentes
entre sí. Existen sonidos exclusivos de
una determinada zona, incluso de un
grupo social en particular, que los emplean
solo sus hablantes. Si nos encontramos
con un yeísmo rehilado extremo,
con una y que suena “cho” y no
“yo”, entonces estamos inequívocamente
ante un hablante rioplatense,
con poca formación y adscrito a los
grupos sociales más bajos. Seguro.
Ese es un indicio que funciona al 100%.
Lo mismo sucede con la gramática y el
vocabulario que acuñan unidades absolutamente
adscritas a un determinado
grupo social De ese modo, puede
procederse con fundamento a la elaboración
de un retrato-robot idiomático
de una persona. Ese retrato-robot será
el resultado combinado y ponderado de
todos los indicios anterior, desde los
espectrográficos, a los dialectales y a
los medidores del habla individual, el
idiolecto.
Por supuesto, queda saber si esto es
suficiente para el funcionamiento de la
justicia. Si no es así, pues la lingüística
ha llegado a los límites que puede ofrecer.
En todo caso, antes de decidir en
una u otra dirección, convendrá recordar
algunas experiencias que ya hoy
son históricas. Uno de los fundadores
de la lingüística aplicada, D. Crystal
mencionaba el caso de un acusado en
Gran Bretaña que siempre negó el crimen
que se le atribuía. Los lingüistas
se ocuparon de su testimonio, siguiendo
una metodología holística, con indi-
-
cios de varios niveles, como la que se
acaba de comentar más arriba. Sus resultados
fueron concluyentes: no podía
haber sido el autor material de los he-chos.
El problema, no desdeñable, era -
que ya había sido ejecutado. Años después
Scotland Yard descubrió al auténtico
asesino. Al profesor Crystal nunca
se le han conocidos veleidades literarias.
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