Revista Libre Pensamiento, no. 59. Dossier: Retos del sindicalismo
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oferta del mercado cultural es amplísima y variopinta, y
se adapta a todo tipo de paladares, generando una saturación
dispersa que todo lo abarca y que incluso atrapa,
al no diferenciarlos suficientemente, los esfuerzos que
en ese terreno llevamos a cabo organizaciones que nos
queremos alternativas.
Por otro lado, el vertiginoso desarrollo tecnológico
exige que lo técnico e instrumental sean parte fundamental
de los conocimientos de necesaria adquisición,
resultando a la vez un campo muy exigente y el menos
propicio para asentar criterios alternativos, sentido crítico
y el desarrollo de la personalidad, por lo menos para
el común de los humanos. El mundo de la técnica parece
asentarse, falsamente, sobre el criterio intocable de que
“las cosas son como son”, “como naturalmente son”.
(Desde el viejo positivismo del siglo XIX sabemos de esa
trampa).
A LA OCTAVILLA LE SUCEDIAN EL BOLETIN Y EL
FOLLETO, Y A ESTOS EL PERIODICO, LA REVISTA
Y EL LIBRO. A LA ESCUELA, EL ATENEO, LAS
CHARLAS, LOS DEBATES…
Al sindicalismo le queda como terreno de formación
específico el que se refiere a sí mismo: formas de actuación
y organización, conocimientos en materia legal, de
procedimientos, de salud laboral, etcétera; estos últimos,
además, también con un fuerte componente técnico e
instrumental, y muy exigentes por su amplitud y variabilidad.
Ciertamente, es un campo que suficientemente profundizado
en el estudio y la crítica de las relaciones
sociales, los modelos de sociedad y su evolución en la historia,
junto con el de las respuestas que en cada uno de
los momentos han intentado dar los trabajadores, permite
cierto empalme con el espacio de los criterios y de las
aspiraciones. Pero ese empalme posible sólo alcanza a
establecerse en un número reducido de individuos, careciendo
de capacidad de irradiar y de salirse, de poner en
cuestión el montaje cultural establecido.
El sindicalismo está muy lejos de ser capaz de crear su
propia cultura y, con ella, su propio mundo y su sociedad
propia. Los trabajadores viven dentro de lo que hay, su
cultura es la imperante, la que el sistema irradia a través
de su múltiple oferta, con una capacidad de llenado enorme.
Y con ella, no sólo marca la cultura en cuanto conocimientos
y criterios valorativos, sino que ocupa también
el ocio, el tiempo libre, los estilos de vida, la vida misma.
Incluso buena parte de la militancia que se esfuerza
por adquirir esos componentes culturales específicos del
sindicalismo está imbuida en todos los otros terrenos
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