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CUENTOS PARA NUESTROS FUTUROS ALUMNOS

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me invadía la intriga y, abrí los ojos. Fue como pude percatarme de que realmente era

terrorífico el paisaje sobre el que el tecolote y yo volábamos. El tecolote, al darse cuenta

de mi desobediencia y la inquietud que había tomado poder sobre mí, dejó de volar en

las alturas y empezamos a caer sobre calles compuestas por piedras y arenas blancas.

Primero a lo lejos y cada vez más cerca, logré observar las almas encaminadas hacia

un destino desconocido. Al caer al suelo, comprendí que aquellas almas mandaban

mensajes al exterior, al mundo humano a través del tecolote.

Estaba muy asustado, me daba terror no poder salir de ahí, así que corrí y corrí. En

mis brazos llevaba cargando al pequeño tecolote quien había perdido su encanto cuando

rompí las reglas. Me escondí dentro de una casa abandonada y le pregunté cómo podía

regresar a la tierra, al mundo de los vivos, no respondió. Al levantar la mirada a lo lejos

ví a mi abuelo caminando, realmente se veía muy feliz en su nueva forma de vivir en

aquello que algunos llaman la siguiente vida después de nacer. Quise correr hacia él

para abrazarlo cuando de repente empecé a caer de manera repentina en un gran vacío

y sentía que mi cuerpo se sacudía. ¿Han escuchado hablar de la “Sacudida hípnica?

Aquella sensación que al quedarte dormido sientes que caes al vacío. Precisamente así

me sentía yo.

Al despertar, el sol seguía en la misma dirección. Junto con mi mascota corrí hacia la

casa de mis abuelos, para contarles que ya sabía la razón por la que los tecolotes por

las noches salen de sus árboles a cantar sobre las casas.

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