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Compartir no empobrece
Autora: Atenea Pérez Arredondo
Había una vez una familia de apellido González, estaba integrada por el Sr. Manuel y
la Sra. Mari, tenían dos hijos, uno llamado Juanito y el otro se llamaba Pedro. El señor
Manuel era una persona muy seria, pero muy amable y muy trabajadora, la señora Mari
era una persona muy compartida y agradable; Pedro, es el más grande de sus hijos era
muy serio y responsable, siempre preocupado por sus actividades; y el más pequeño
se llamaba Juanito, era un niño muy amable y alegre, se la pasaba sonriendo haciendo
el bien por los demás. Los habían educado con muchos valores y sobre todo habían
aprendido respetar a todo tipo de personas, sin importar su color, su condición o su
posición social, ellos trataban a todas las personas por igual.
Vivían en una casa muy grande de madera, la cual los padres habían ido construyendo,
con la mejor madera del lugar pues vivían en la sierra, donde el bosque era muy espeso y
en su fauna, tenía arboles muy grandes y frondosos. Generalmente era un lugar húmedo
y muy frío; la casa tenía una chimenea encendida, la cual siempre mantenía caliente la
casa. Contaban con mucho terreno, donde sembraban todo el año, recogían muchos
frutos de temporada, que estaban muy grandes y jugosos, a pesar de que no contaban
con ningún sistema de riego, lo cual no era necesario por la humedad que tenían en el
bosque.
La familia llevaba una vida muy tranquila pues se encontraban muy alejados de las
comunidades, los medios de comunicación eran escasos por lo que era muy complicado
comunicarse a la ciudad y solo había una carretera para llegar a las poblaciones
más cercanas. Las constantes lluvias provocaban que se desgajaran los cerros y por
consecuencia había algunos accidentes, por lo que continuamente se cerraba el paso.
La carretera era insegura y peligrosa y la familia en diversas ocasiones se había quedado
incomunicada.
En este lugar se daban las mejores frutas de la región. La familia acostumbraba que cada
tres de marzo del año, iban algunas personas del pueblo a visitarlos y los recibían con
mucho cariño. Les ofrecían un gran banquete y con las mejores frutas de su cosecha
elaboraban mermeladas para que los visitantes las degustaran. Los niños jugaban a las
escondidillas, hacían rondas, les mostraban el pequeño establo donde tenían vacas,
un gallinero con guajolotes, gallos y gallinas. Por las noches hacían una fogata donde
contaban historias de Drácula, de brujas, de la llorona; les brindaban su hogar con
mucho cariño. Las personas disfrutaban tanto de la hospitalidad de la familia como los
hermosos paisajes, los grandes lagos, en fin, todo era felicidad. Algunas personas se
quedaban en el lugar hasta una semana para disfrutarlo.
Pasó el tiempo, el Sr. Manuel enfermó por lo que se fue a buscar a un Doctor al poblado
más cercano, caminó una noche y dos días. Al llegar al pueblo acudió a la consulta
médica, por lo que el Dr., le recomendó reposo, motivo por el cual, tuvo que ir a ver a su
compadre Genaro, al cual le pidió asilo para recuperarse. Los compadres, lo entendieron
muy bien en su casa, una vez que el Sr. Manuel se recuperó un poco, dio las gracias y
se retiró. Al llegar a casa le comentó a su familia las amabilidades que los compadres
habían tenido con él, durante el tiempo que estuvo ahí. Les dijo que habría que darles
las gracias, que esperarían a que pasaran las lluvias.
En agradecimiento al gesto tan amble de los compadres, en la siguiente cosecha,
escogieron las más grandes y mejores manzanas, y le dijeron a Pedro, el hijo mayor
que por favor se las llevara a su padrino. Le explicaron cómo llegar al poblado, este
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