Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Al llegar a casa, mi abuela tenía siempre comida preparada y una jarra de agua fría.
Cuando terminaba de comer hacia tarea para después de las 4:00 de la tarde poder salir
con mis amigos a caminar por el cerro más grande mi pueblo. Era divertido, llevábamos
una garrafa de agua y en ocasiones comida. Cuando caminábamos por el cerro nos
parecía gracioso perseguir a las vacas o borregos que había, y cuando el dueño se
daba cuenta todos corríamos lo más rápido posible escondiéndonos entre los nopales y
garambullos, porque claro, no quería que Don Gollo fuera a mi casa a decirle a mi abuela
que iba con mis amigos espantando a sus borregas o vacas.
Cuando llegábamos hasta la punta del cerro sacábamos la comida que llevábamos y la
garrafa de agua, mientas comíamos buscábamos piedras de mármol, dinero que señores
enterraban y también buscábamos tumbas de niños que habían enterrado en ese cerro;
aquí les hago una pequeña pausa, los señores que enterraban el dinero ahí era porque
simplemente eran personas ambiciosas o no sabían dónde guardarlo, siempre tuvimos
la esperanza de encontrar algo, ya que Don miguel (mi vecino) había encontrado dinero
en ese mismo cerro, cerca de las tumbas de los niños. Se dice que hace muchos años,
cuando las señoras daban a luz y sus bebés salían sin vida, iban y los enterraban ahí,
o cuando los bebés no eran deseados, simplemente los desechaban y los enterraban
ahí. De igual manera lo hacían con los fetos. Por supuesto, nunca tuvimos la fortuna de
encontrar dinero, pero si muchas tumbas. Durante los fines de semana íbamos a las
cuevas, en donde llevábamos cuerdas, y lámparas, los que entraban sujetaban la cuerda
a sus caderas mientas los demás esperábamos a fuera con el otro extremo de la cuerda.
No quería que anocheciera, pues todo era tan lindo, sin embargo, a la hora de ir a dormir
lo que pensaba era “mañana será otro día, nuevas aventuras y nuevas experiencias”
- La verdad es que me la pasaba muy bien en mi pueblito
- Ya veo, de verdad era lindo estar allá.
- Que no daría por volver a vivir esos momentos.
- Tranquila, aquí también se disfruta, sabes, hay muchas cosas para hacer.
- Sabes que no es lo mismo. Aquí los amaneceres son grises, no veo las nubes
como en mi pueblo.
Por situaciones profesionales, tuve que dejar mi pueblo y venir a vivir a la ciudad a otro
continente, siendo franca, no todo es tan malo, hay cosas para distraerse, puedo salir de
fiesta, al cine, ir de compras… pero sabes, nada es igual, aquí en la ciudad no encuentro
la misma tranquilidad que hay en mi pueblo. Y de verdad lo extraño.
Una tarde llegando del trabajo sobre el desayunador vi un par de boletos de avión con
destino a mi país, mi reacción fue de felicidad, sin embargo, no sabía quién los había
dejado ahí.
- ¡Sorpresa!
- Por Dios! no me espantes de esa manera. y dime, ¿qué haces aquí?
- Vengo a decirte que empaques tus maletas, hoy nos vamos a tu país, de verdad
quiero conocer tu pueblito.
Se me hacía algo raro que alguien de ciudad como Mariano quisiera conocer algo tan
simple como un pueblo.
42