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CUENTOS PARA NUESTROS FUTUROS ALUMNOS

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Poco tiempo después, como la mayoría de niños, no había día en el que tomara

“prestado” las cacerolas de mi encantadora abuela para así formar una batería, armada

con ollas, botes y como baquetas (los “palitos” de madera con los que se toca un tambor)

las cucharas, tenedores o cucharones. Haciendo ruido sin cesar que resonaba por toda

la casa, desesperando y sacando de quicio un poco a los visitantes, pero sacándole

miradas de ternura, como si estuvieran ante lo más hermoso de mi bello Querétaro... O,

del mundo.

Mi papá, líder y cantante de una banda de rock perteneciente al género de “black death

metal” (y que, por cierto, admiro mucho), llegaba y contaba todo lo de sus ensayos

y conciertos, ponía su disco y todos en la sala guardamos silencio, aunque era de

esperarse, pues la mayoría eran familiares y conocidos de mi padre.

El equipo de audio desprendía agudos sonidos de guitarras infernales con solos

indescifrables de alta maniobrabilidad y una voz de “monstruo” que me encantaba tanto,

que yo la imitaba la mayoría del tiempo.

A día de hoy, sigo teniéndolo en mis discos favoritos, no porque sea mi padre, si no, por

que está en un nivel de calidad exorbitante.

Tiempo después, ya más crecido, mi abuelito me había construido una cama espectacular

que tenía unas varas de madera como cabecera. Esas varas, en tiempos de limpieza, se

convertían en la mejor guitarra de todo el tiempo, tocaba las canciones que sonaran al

instante, no importaba su dificultad, velocidad o artista, con la imaginación podía tocar lo

que yo quisiera, como la raza humana que hace todo lo que se propone.

Así transcurrió el tiempo. Aún recuerdo cuando mi madre, me dio las primeras palmadas

hacia otro de mis géneros favoritos; la Música Clásica. Con una habilidad divina, y

sin miramientos, me inscribió en un coro infantil. He de mencionar, que una actividad

destacada en mi agenda, es cantar, aunque no lo hago muy a menudo. Dentro de esas

clases, empecé a ver a los exponentes primordiales de este bello, bello género.

Beethoven, Carl Orff, Andrea Bocelli, entre muchos más. Entonar cada nota de tan

inmensas obras, erizaba cada bello corporal de mi ser y derretía mi oído como cera o

miel, en un atardecer naranja de verano.

Tuve mi debut en uno de los más prestigiosos lugares de Querétaro, mi tierra natal.

Hablo de nada más y nada menos que el Auditorio Josefa Ortiz de Domínguez. Debo

admitir que tenía un poco de miedo, pero mis ganas de compartir mi talento y hermosa

voz, eran más grandes que cualquier cosa. Salimos triunfantes, con el público en los

bolsillos. Los aplausos no cesaban, igual que tampoco lo hacía el frío en invierno en

aquellas tardes de festivales infantiles queretanos.

Fueron muchos shows que tuve en conjunto con mis amigos y la orquesta. Hubo un

momento en el que, por una chica, no audicioné para uno de los instrumentos que en

esa época llamaba mi atención: el violonchelo. Un instrumento de 4 cuerdas parecido

al violín, pero, más grande, aunque, no tan grande; lo importante aquí, es que aprendí

que solo hay una oportunidad en la vida, la cual, por ningún motivo hay que dejarla

pasar. Tras un rato de darle la vuelta a la zona del bajío en México, me cansé de ser una

“estrella” del mundo clásico, así que, por motivos que sigo sin entender, y de buenas a

primeras, lo dejé.

Por más que no lo aparentara, seguía amando la música. Pasó el rato, y quería regresar

al mundo musical. Actualmente lo veo como una forma de escapar de esta realidad y

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