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se aprecian tanto por la luz que emiten los edificios y calles alumbradas.
Al día siguiente lo que más deseaba era caminar por un cerro y ver el amanecer, así
que lo desperté temprano, desayunamos un rico atole y unos taquitos de frijoles, queso,
salsa y tortillas recién hechas por mi abuela, y después lo lleve a caminar por aquel viejo
cerro, en donde sentía como los pájaros cantaban, los garambullos ya daban frutos, justo
llegando a la punta del cerro. El amanecer fue el mismo que apreciaba hace unos años
atrás, era igual. El sol saliendo detrás del cerro, el cielo azul y las nubes más blancas y
esponjosas que puedas ver. Ví en la cara de Mariano tranquilidad.
Finalmente, terminé de mostrarle el pueblo y todo lo que me ofrecía ese lugar, la gente
cálida y humilde que se encontraba ahí.
- Es precioso este lugar- me dijo
- Todo lo que viví aquí es hermoso.
- Sabes algo, pese a que estás en la ciudad, no hay un día en el que no aprecie lo
mucho que conservas la cultura y sencillez que tu pueblo te ha dado, es admirable.
Fue un halago escuchar eso.
Por el tiempo y cuestiones de trabajo, tuvimos que regresar rápido a otro país. Cosa que
tanto a Mariano como a mí nos ponía tristes, dejar ese lugar de paz.
Algo que he aprendido, es que sin importar a donde vayas, debes conservar tu cultura,
seas del país que sea, siempre hay que estar orgulloso de tus raíces, jamás debes
avergonzarte por comer algo tan sencillo, vestir diferente, hablar diferente o lucir diferente
en el aspecto que sea.
La cultura es uno de los más bellos tesoros que puede existir en el mundo.
No importa a donde vaya, mis raíces siempre me acompañan y nunca las
olvidare”
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