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El protector del bosque
Autor: Juan Aarón Valdés Soto
Érase una vez un planeta habitado únicamente por animales, leones en enormes
manadas, jirafas con un cuello larguísimo, tiburones grandes, pescados brillosos, lobos
grandes de diferentes colores, águilas con enormes alas y plumas de colores, pájaros
cuyo canto era hermoso, tigres, y todos los animales que conocemos.
En este lugar sólo existían selvas con grandes árboles y mucha vegetación, mares y
ríos repletos de agua cristalina que permitía ver las rocas, moluscos, peces o cualquier
cosa que estuviera dentro. El bosque tenía inmensos pinos, había neblina, tierra, plantas
y caminos que permitían ver la majestuosidad del sitio. Desiertos con mucha arena,
grandes rinocerontes, leones, hienas.
En este gran planeta había un bosque en particular. Tenía pinos grandísimos, los más
grandes que se habían visto. Estaba lleno de árboles impresionantes cuyo tronco era
enorme y la punta del mismo apenas se alcanzaba a ver de lo alto que estaba. Había
arbustos llenos de fruta, una vegetación verde que brillaba impresionante. Cada mañana,
cuando salía el sol, las hojas irradiaban un resplandor tan hermoso que parecían hechas
de oro. Los senderos y los ríos que corrían por el bosque eran un deleite para aquellos
que los contemplaran, el agua era cristalina, se veían los peces nadar corriente abajo,
el agua corría rápidamente, fluía como su propia naturaleza lo exigía y brillaba como si
tuviera pequeños diamantes en su interior, se veía perfectamente la vegetación marina.
Y ni hablar de la noche, cuando se asomaba la luna, el paisaje era completamente
distinto, pero igual de impresionante. La luna cubría con su luz a los arboles gigantescos,
se reflejaba su silueta junto con las estrellas en los largos ríos. El sonido del agua apenas
estática llenaba de tranquilidad y paz el oído de todas las criaturas que vivían en el
bosque, águilas, pájaros, ardillas, lagartijas, insectos, entre muchas más. Este bosque
era un completo paraíso.
En este bosque, vivían principalmente familias de águilas, de 3 o 4 integrantes
aproximadamente. Ellas sabían que su hogar era un lugar hermoso lleno de naturaleza
y grandiosos paisajes, lleno de comida, lleno de vida. Pero allí mismo había una riqueza
especial, una riqueza que se debía proteger pues en manos equivocadas podría
utilizarse para causar destrucción, para causar maldad, sumisión, violencia en todo el
planeta, podrían acabar con la tranquilidad, la paz, la armonía que existía en cada rincón
de este mundo.
Por esta razón, las águilas eran los animales encargados de proteger la montaña. En
lo más alto había un vegetal llamado “la planta exousía”, era una planta que otorgaba
fuerza sobrenatural, rapidez o velocidad mayor que cualquier otro ser, regeneración,
protección a aquel que la consumía.
Cada águila que vivía en este bosque tenía una función diferente, existía un águila que
era el líder de todas las demás, tenía a varias águilas más que junto a él protegían y
custodiaban el bosque de aquellas criaturas que intentaban invadir y robarse la rara
planta “exousía”.
Era como una tribu con lazos estrechos, como un ejercito de águilas dispuestas a
proteger su hogar, su bosque, su mundo y a todos aquellos que habitaban en él. Eran los
protectores de este bosque. Cuando cada águila realizaba la labor que le correspondía,
todo fluía con armonía, había grupos que se encargaban de vigilar por las tardes, otros por
las noches y otros más por las mañanas. Había otro grupo encargado de la recolección
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