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Miradas del alma 2

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y se movían por el líquido elemento como si toda la vida hubieran<br />

nadado. Lo único que el profesor no pudo lograr fue<br />

que Lucas metiera la cabeza bajo el agua. Es algo que nunca<br />

le gustó, aunque lo hace si no le queda más remedio. Ahora<br />

ambos somos dos chicos tirándonos <strong>del</strong> trampolín o desde el<br />

borde de la pileta.<br />

En relación al agua y nuestras aventuras conjuntas, recuerdo<br />

una tarde de primavera que llevé a Lucas, de 10 años, a ver<br />

un partido de fútbol en una cancha donde solía jugar regularmente.<br />

Del lugar no podía salir ya que en la puerta estaba el<br />

muchacho que cuidaba los autos y estaba advertido de cómo<br />

tenía que actuar si Lucas cruzaba la puerta de salida. El resto<br />

<strong>del</strong> club estaba compuesto por la cancha, el vestuario y un par<br />

de cuartos donde se guardaban los implementos deportivos.<br />

Estaba hablando con mis amigos mientras Lucas andaba por el<br />

club. Los tópicos de la charla siempre eran iguales: el deporte<br />

dominaba. De repente, tras unos veinte minutos de conversación,<br />

recordé que no estaba solo. Levanté la mirada y, a primera<br />

vista, no logré divisarlo ni en la tribuna que siempre ocupaba<br />

ni por el campo de juego corriendo junto al resto de los chicos<br />

de su edad que disputaban pequeños partidos de fútbol o en<br />

la cancha más grande donde jugaban los mayores. Me dispuse<br />

a realizar una inspección ocular un poco más profunda y Lucas<br />

no estaba por ningún lado. Como conocía sus costumbres,<br />

encaré hacia el vestuario. Él solía ir a recorrer las escaleras que<br />

daban al gimnasio ubicado en el primer piso pero allí nada se<br />

escuchaba, por las dudas, subí hasta la puerta <strong>del</strong> gimnasio que<br />

se encontraba cerrada y no encontré chico alguno haciendo travesuras.<br />

Bajé apresurado nuevamente rumbo al vestuario con<br />

algo de preocupación despertándose en mí, mientras corría por<br />

el pasillo en penumbras. Al llegar escuché una ducha abierta,<br />

levanté la vista y ahí estaba chapoteando en el charco que se<br />

formaba a sus pies con las mangas de la remera y los pantalones<br />

mojados y una sonrisa en su cara que manifestaba su satisfacción<br />

por la travesura que acababa de realizar. Lo miré y no<br />

pude evitar pensar que, a pesar de sus características, disfruta<br />

de las cosas que le gustan como cualquier otro ser que habita<br />

106 - Mario Nozyce

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