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-Disculpe, entiendo que usted es la madre pero debemos entenderle<br />
los de afuera también. Su hijo tiene tres años y nueve<br />
meses y sumado a que continúa con pañales ya debería hablar<br />
con más claridad. Le sugiero vea a un neurólogo.<br />
-Gracias, buenas tardes -fueron mis últimas palabras y me retiré.<br />
Llegué a casa y comencé a buscar quién podría verlo lo antes<br />
posible, no importaba si era público o privado, si era hospital,<br />
sanatorio, clínica o salita. No estaba alarmada pero necesitaba<br />
sacarme la duda que me habían sembrado. Pasaron sólo dos<br />
días y allá fuimos. Una consulta de dos minutos: ingresamos y<br />
sólo con verlo, sin filtro, el doctor dijo que mi hijo tenía TGD,<br />
que busque la ficha correspondiente que él llenaría para comenzar<br />
a tramitar el certificado de discapacidad. Salí de ahí,<br />
descarté la orden y descarté la única lágrima que corría por mi<br />
mejilla. Lágrima de impotencia, cómo iba a decirme semejante<br />
barbaridad sin conocerlo, sin hacerle pruebas.<br />
Todo se borró de mi mente en la heladería, los dos solitos disfrutando<br />
un helado de dulce de leche (el único sabor que, hasta<br />
el día de hoy, toma). Pasaron otras cuarenta y ocho horas y ahí<br />
volvería todo a la normalidad. Llegaba el día de ver a su pediatra<br />
de siempre. Sabía que ella no me reprocharía el tiempo<br />
sin asistir, nos comunicábamos telefónicamente y ella sabía que<br />
él concurría a sus controles habituales cerca de casa. Me iba a<br />
decir que había un error, que denuncie a ese neurólogo, que<br />
mi hijo era “normal”, que mi hijo no tenía nada. Llegó el día y<br />
fuimos todos, mamá, papá y peque. Viernes 16 de Diciembre,<br />
imposible de olvidar. Ya sabíamos dónde ir a almorzar para festejar<br />
la negligencia de los doctores anteriores. Una charla larga,<br />
larguísima, eterna donde se habla de todo hasta llegar a mi propia<br />
reflexión: tiene casi cuatro años, sigue usando pañal, no habla,<br />
apenas balbucea y juega sólo con un autito rojo, siempre allá abajo, en<br />
el piso frío de mármol de la cocina, colocando un auto atrás de otro<br />
siempre en la misma posición, en el mismo lugar, de la misma forma.<br />
22 - Florencia Sagardoy