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A<strong>del</strong>a Anderson<br />
LA MONTAÑA RUSA<br />
Recuerdo cuando joven, cómo disfrutaba de la montaña rusa,<br />
aunque debo admitir que nunca me gustó la primera parte <strong>del</strong><br />
viaje. Hasta el día de hoy el vértigo me ataca al subir rampas<br />
y calles empinadas con el auto, o el acelerado despegue de los<br />
aviones. Siento la pared <strong>del</strong> estómago endurecerse, mi pecho<br />
ceñirse sobre la espalda, una sensación similar a cuando el carrito<br />
sube hasta la cima <strong>del</strong> primer tramo de la montaña rusa<br />
para luego dejarse llevar por la inevitable gravedad.<br />
A mi edad, lejos está la intención de volver a subirme a una de<br />
estas atracciones, pero recientemente la vida me enseñó que los<br />
temores hay que enfrentarlos, a veces cerrando los ojos y mordiendo<br />
fuerte los labios. Entregarse a lo que Dios, el Destino o<br />
como quieran llamarle, tiene preparado para cada uno.<br />
Les contaré entonces sobre mi viaje que comenzó cuando mi<br />
hija decidió darme el regalo más bello que se le puede dar a una<br />
madre: un nieto.<br />
Primer tramo<br />
Los dos primeros años Santi supo comprarse con sonrisas a<br />
toda la familia. Un bebé hermoso al que todos nos apresurábamos<br />
a consentir.<br />
A<strong>del</strong>a Anderson - 11