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Miradas del alma 2

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su jardín de infantes. Callada en el taxi, tomada de la mano de<br />

mi “principito” quien cuando llegó al lugar saltó con alegría al<br />

encuentro de su maestra integradora y ni miró para atrás. ¡Ay<br />

qué alivio! Seguí hasta la guardia <strong>del</strong> Hospital Alemán donde<br />

me dijeron que debía quedarme internada. “No” imploré,<br />

“¡déjenme ir a la casa hasta recibir a mis nietos a la hora <strong>del</strong> té<br />

y prometo volver!”. Con firmeza, me negaron esa posibilidad,<br />

y tuve que estar una semana internada. Por suerte, el vuelo de<br />

Carina llegó puntual, y respiramos todos aliviados, luego de<br />

una gran confabulación familiar. “Granny no puede quedarse<br />

sola de noche”. Pero hasta el día de hoy sí puedo y con placer,<br />

simplemente respetando los horarios y hábitos de Ivanski, hablándole<br />

siempre en un tono calmo, acompañándolo en la mesa<br />

hasta que termine su comida: mi nieto campeón que nunca dice<br />

“uf” cuando uno pide que levante la mesa o guarde las cosas<br />

(su acción preferida).<br />

En una instancia, Ivanski había pasado momentos complicados<br />

con un cambio de medicación y cierta agresividad fruto de este<br />

cambio. Esperaba que podría manejar bien la situación. Así que<br />

con mi flema inglesa al máximo, prometí mantener una c<strong>alma</strong><br />

inalterada… ¡y recibí gestos de tanto cariño! Un día íbamos a<br />

tomar el ascensor y siento su mano sobre mi hombro toqueteándome<br />

la hombrera de mi blusa, cuya presencia no comprendía,<br />

hasta encontrar hueso y ahí apoyar firmemente su mano. Me<br />

sentía como la Novia de América, y no podía resistir reírme por<br />

mis adentros. Regresando a la tarde, subiendo en el ascensor,<br />

se me acercó tomando mi cara en sus manos y me acarició las<br />

mejillas con una cara feliz. “Qué alegría que mi nieto está en<br />

paz, superando los malos ratos recientes” pensé.<br />

Los primeros días de mi estadía no quería que comparta su sofá<br />

en las sesiones de video después de cenar, donde se acuesta<br />

todo a lo largo como un pasha. Pero insistí y el tercer día contestó<br />

“Ee” y entonces indicó con su mano dónde podía sentarme.<br />

Jugamos a las “apretadas” que le encantan, donde insinúo que<br />

lo voy a rozar con mi diario enrollado una y otra vez. Se mata<br />

de la risa con anticipación hasta que finalmente toco su cabeza<br />

Jill Hartley - 63

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