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su jardín de infantes. Callada en el taxi, tomada de la mano de<br />
mi “principito” quien cuando llegó al lugar saltó con alegría al<br />
encuentro de su maestra integradora y ni miró para atrás. ¡Ay<br />
qué alivio! Seguí hasta la guardia <strong>del</strong> Hospital Alemán donde<br />
me dijeron que debía quedarme internada. “No” imploré,<br />
“¡déjenme ir a la casa hasta recibir a mis nietos a la hora <strong>del</strong> té<br />
y prometo volver!”. Con firmeza, me negaron esa posibilidad,<br />
y tuve que estar una semana internada. Por suerte, el vuelo de<br />
Carina llegó puntual, y respiramos todos aliviados, luego de<br />
una gran confabulación familiar. “Granny no puede quedarse<br />
sola de noche”. Pero hasta el día de hoy sí puedo y con placer,<br />
simplemente respetando los horarios y hábitos de Ivanski, hablándole<br />
siempre en un tono calmo, acompañándolo en la mesa<br />
hasta que termine su comida: mi nieto campeón que nunca dice<br />
“uf” cuando uno pide que levante la mesa o guarde las cosas<br />
(su acción preferida).<br />
En una instancia, Ivanski había pasado momentos complicados<br />
con un cambio de medicación y cierta agresividad fruto de este<br />
cambio. Esperaba que podría manejar bien la situación. Así que<br />
con mi flema inglesa al máximo, prometí mantener una c<strong>alma</strong><br />
inalterada… ¡y recibí gestos de tanto cariño! Un día íbamos a<br />
tomar el ascensor y siento su mano sobre mi hombro toqueteándome<br />
la hombrera de mi blusa, cuya presencia no comprendía,<br />
hasta encontrar hueso y ahí apoyar firmemente su mano. Me<br />
sentía como la Novia de América, y no podía resistir reírme por<br />
mis adentros. Regresando a la tarde, subiendo en el ascensor,<br />
se me acercó tomando mi cara en sus manos y me acarició las<br />
mejillas con una cara feliz. “Qué alegría que mi nieto está en<br />
paz, superando los malos ratos recientes” pensé.<br />
Los primeros días de mi estadía no quería que comparta su sofá<br />
en las sesiones de video después de cenar, donde se acuesta<br />
todo a lo largo como un pasha. Pero insistí y el tercer día contestó<br />
“Ee” y entonces indicó con su mano dónde podía sentarme.<br />
Jugamos a las “apretadas” que le encantan, donde insinúo que<br />
lo voy a rozar con mi diario enrollado una y otra vez. Se mata<br />
de la risa con anticipación hasta que finalmente toco su cabeza<br />
Jill Hartley - 63